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Solo cinco días

Cinco días he estado encerrado. No quise salir a comer, porque últimamente no hago bien la digestión, me bulle el estómago, siento burbujas, repito lo que como. En los cinco días he vivido dos cánceres, uno de colon y otro de próstata; me persigue una fiscal justiciera; tengo miedo de que se me muera la perrita; tosí dos veces y creí que tenía el coronavirus; leía los periódicos y todo me pasaba a mí, no a los protagonistas de las historias; pasar la ITV del coche se me hacía un mundo; sentí un poco de agorafobia; me asomaba al balcón y la gente no me interesaba nada; oía música sin escucharla, veía una serie de televisión sin ganas, con lo que me gusta a mí la acción; empecé a recordar las cosas más desagradables del mundo y eso que estaba donde me gusta estar: en mi casa. Fueron cinco días de apretar la mandíbula y de pensar en todo lo peor, no encontré ni una sola razón para el optimismo. Y, encima, lo de Madrid y lo de Murcia y lo del Parlamento catalán, que demuestran lo corrompida que está la política en España. Me consolaban las canciones de Braulio, ya saben Lolita Pluma, el chachi, el nota, el Corredera y todos los héroes del pueblo, mucho más auténticos que lo que me perseguía a mí en estos cinco días de soledad, que empiezo a notar. Está claro que la pandemia nos ha tocado el coco, a mí desde luego. Ahora son las cuatro de la madrugada y no tengo sueño, ni siquiera con la melatonina. Doblo la dosis. Mañana será otro día, pero quizá va a ser el sexto de reclusión menor en la cárcel de papel en la que estoy recluido. Un año de tortura china es demasiado para el cuerpo. Y esto no para porque nos hemos descuidado mucho. Y no hay derecho.

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