Aprobada por las Cortes Generales, en sesiones plenarias del Congreso de los Diputados y del Senado, en octubre de 1978, la Constitución española llegó a ver la luz porque la política hizo posible el imposible de enfriar los ánimos, aparcar heridas abiertas, razonar, reconstruir puentes, atemperar los discursos, entenderse, domesticar prejuicios, prestigiar los consensos, construir, hacer país. Isabel Díaz Ayuso y Pablo Iglesias también nacieron en octubre de 1978, coincidiendo con la aprobación de la Constitución, pero lejos de aquel espíritu disparan eslóganes como socialismo o libertad (ella) o el de socorrer a una democracia amenazada por la derecha criminal (él). Dirigentes de cuarenta y dos años abanderan el tono, los verbos, la munición argumental y las cicatrices que, con inteligencia y cintura, otra generación supo desactivar hace ahora cuarenta y dos años. Sorprende que llame la atención que Ayuso e Iglesias hayan nacido en octubre de 1978, pero nada se diga sobre el simbolismo de que nacieran cuando lo hizo la Carta Magna quienes, con su hilo conductor, nos sitúan en disquisiciones tardofranquistas. Este país vuelve periódicamente a la casilla de salida, al conmigo o contra mí, a la bronca, al blanco o negro, ellos o nosotros. Crece la sensación de que los protagonistas de la transición eran bastante más modernos que Ayuso o Iglesias. Ambos, y quienes los inspiran o programan, deberían leer a Daniel Innerarity -Contra la superioridad moral- y tomar nota del acuerdo que propone el catedrático de Filosofía Política, un pacto que se rebela contra quienes se pasan el día extendiendo certificados de virginidad ideológica, autenticidad en la representación del pueblo o integridad política. Aupada por Sánchez a la condición de lideresa del nacionalismo madrileño (la confrontación con Moncloa lo ha propiciado), es probable que Ayuso crezca con la aparición en escena de Iglesias: muchos votantes del Vox concluirán que el voto útil pasa por ella. También es previsible que las urnas pongan a Iglesias en su sitio, y tamaño. De aquí al 4 de mayo la serie electoral que escupen los medios volverá a silenciar el día a día del resto de un país que, obligado a soportar las mil y una entregas del folletín de la Comunidad, bien podría gritar madrileñismo o libertad. Paciencia. Será largo. El 4 de mayo queda lejos porque quienes nacieron en octubre de 1978 -coincidiendo con la aprobación de la Constitución- son más viejunos que los modernos que hicieron posible la transición.