por qué no me callo

El navajeo político

La campaña de Madrid, la de las piedras y balas, añade el navajeo y unas gotículas de sangre para darle mayor dramatismo a unas elecciones tarantinas enfebrecidas, que son a la democracia de la pandemia el Kill Bill de la nueva filmografía política a la que asistimos. Desde Trump y sus secuaces armados con fusiles y bates de béisbol asaltando el Capitolio se ha extendido -por la fuerza de las imágenes, al fin y al cabo, del cine de la política real- un modelo de confrontación que aparta los modales y desenfunda pistolas y navajas, de momento en estado de tentativa.


La no política es esto. Pero adquiere visos de imponerse a la larga en la marginalidad de una democracia decadente. Nos estamos tomando a bromas estas cosas. Aquí no rige aún una asociación del rifle como en Estados Unidos, pero todo se andará. Abascal abogó hace dos años por cambiar la ley para que todos los españoles pudieran tener un arma en casa para autodefensa, y se aferró al caso de un tinerfeño condenado entonces a dos años y medio de cárcel por matar al ladrón que asaltó y lesionó a su esposa. Son debates que discurren en tiempos de paz (sin urnas) y de guerra (en campañas electorales). El corrillo de la opinión pública tiene motivos para sentir incomodidad con el subgénero barriobajero del nuevo thriller político que se abre paso.


Apenas ya se elevan voces contra la crispación, que se da por generalizada. Ahora que la política, y unos cuanto políticos, parecen estar en el blanco de tiro, de lo que se habla es de las cartas-bala a Pablo Iglesias, Marlaska y María Gámez, y, desde ayer, de la navaja postal ensangrentada que la ministra Maroto recibió dentro de un sobre por la mañana. Los remitentes – como, al parecer, el del caso de la titular de Turismo- suelen ser gente perturbada. Pero también sospechamos lo mismo de los de Trump y hasta del propio Bolsonaro, que sigue negando el virus que mata a su pueblo, como si hiciera de Rocío Monasterio desconfiando de la veracidad de las cartas con balas. Acaso la política se esté convirtiendo en campo abonado para determinado fenotipo humano. Una actividad que permite dar rienda suelta a los más execrables instintos, al lenguaje más corrosivo y canalla, y a fobias y xenofobias que habíamos desterrado del juego limpio y plural es posible que haya terminado por ser el lugar natural de los desquiciados, y que su virulencia y alarde de odio formen ya parte de un ideario pujante y no de la excrecencia que ha de repugnarnos en un régimen de libertad.


Lo que ha de preocuparnos no es la anécdota de unos anónimos rabiosos con ganas de que corra la sangre, sino que el clima político esté contagiado de ese virus, y en la campaña de Madrid no se hable de otra cosa. Esa pandemia -reitero- no es tan reciente, viene dando zancadas desde América o desde Rusia y desde otros confines. Los Duterte no son una especie endémica de Filipinas. Sería terrible que un turista traiga esa cepa a las Islas. Porque, no lo duden, prendería.

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