en la frontera

Libertad de prensa

Estos días se ha conocido un informe de la Secretaría de Estado de los Estados Unidos sobre la libertad de prensa en el mundo. Como era de esperar, la pérdida de calidad de las libertades en España desde la llegada del Gobierno social comunista se refleja en el dossier de la diplomacia norteamericana. Junto a ataques a medios de comunicación y a periodistas, también por la oposición, el deseo de control y manipulación de la prensa en nuestro país alcance tintes inquietantes justo en un momento en el que las libertades deberían brillar con luz propia. Justo en tiempos de coronavirus, en los que la libertad de prensa, como otros derechos fundamentales, es sometido a restricciones propias de un sistema autoritario.
En efecto, el retroceso de la libertad de prensa en España durante la pandemia es proverbial, de manual, a la vista de todos. No solo porque el control de los medios, especialmente en el área televisiva, a los que se ha regado con jugosas subvenciones, lesiona el pluralismo que el poder público debiera promover, especialmente en tiempos de limitaciones de los derechos, tal y como manda la Constitución. También y, sobre todo, porque las restricciones en las comparecencias públicas de los dirigentes, cuando se producen, a veces con cuenta gotas, tienen con frecuencia un formato en el que quien selecciona las preguntas, es quien debe contestar, algo insólito en un régimen de libertad de prensa digno de tal nombre.
El paso del tiempo debería conducirnos a formas más abiertas de democracia, a mayores facilidades para el ejercicio de la libertad, sobre todo cuando la amenaza del Estado policía se cierne sobre nosotros. Sin embargo, lo que por estos lares se percibe es más bien lo contrario. La Constitución, sin embargo, manda al poder público fomentar la libertad y remover los obstáculos que impidan su cumplimiento tal y como dispone el más preterido y violado, en este tiempo, de todos los artículos constitucionales: el artículo 9 en su parágrafo segundo.
Las libertades se lesionan sin mayores problemas por el poder, que poco a poco ha ido dominando los sistemas de control, asegurándose espacios importantes de manipulación social. La Fiscalía General del Estado de forma hasta grosera y evidente.
El problema no reside en reconocer la lamentable realidad. El problema está en comprobar hasta que punto el grado de control social poco a poco, ahora con descaro, trata de silenciar la conciencia de la ciudadanía. Esta es la cuestión: que el pueblo se despierte y recupere la ilusión por reaccionar frente al autoritarismo. Que se ilusione, de nuevo, hoy como hace décadas, por la lucha por las libertades.
La tarea no es nada sencilla. Llevamos bastante tiempo en una democracia formal en la que los gobiernos, de uno u otro signo, unos más que otros, solo piensan en granjearse el favor de la prensa a través de toda suerte de artilugios y operativos y en conducir sumisamente al pueblo hacia puertos de dependencia y servilismo. Hoy lo vemos descaradamente. Si nos despertáramos de verdad…

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