el charco hondo

Love of Lesbian

Qué tal si nos alegramos de que cinco mil personas hayan disfrutado de un concierto, con Love of Lesbian, demostrando que se puede, y debe, hay que dar pasos, abrirse a proyectos pilotos, buscar fórmulas, comenzar la transición, convivir con márgenes de error, iniciar el camino de regreso a la normalidad porque de otra forma difícilmente saldremos del estado de sitio. El miedo no cura; al revés, enferma, paraliza. Quedan meses para salir de la libertad condicional, de los confinamientos absolutos o inducidos, los aforos, las distancias o los corralitos que la pandemia decretó un año atrás. Qué tal si la recta final la transitamos con inteligencia, sacudiéndonos el susto, con valentía, aprendiendo a volver a la vida, rebelándonos contra la dictadura de los cenizos, y de los tristes, o de los tóxicos. Qué tal si celebramos que quince mil aficionados hayan asistido, en Georgia, al último partido de la selección de fútbol. Qué tal si dejamos de poner el foco, las cámaras y las crónicas en los cafres y, rompiendo con el bucle informativo de estos meses, cambiamos de dinámica, comenzamos a festejar, contar, fotografiar y entrevistar a quienes están vacunándose. Qué tal si dejamos de hablar de los errores de enero, febrero o marzo, de inmolarnos con interminables crónicas de irresponsables (piezas prescindibles, inútiles), de rumiar los fallos, de flagelarnos con los peores datos dejando en un segundo plano las cifras para creer, y sonreír. Qué tal si hablamos del milagro de las vacunas, de la recuperación de espacios y normalidades en países que están llegando antes al puerto de montaña, al final. Qué tal si jubilamos a los del vamos a morir, sustituyéndolos por los del vamos a vivir, qué tal si las televisiones dejan de hacer morcillas con el negativo de la foto. Sacudámonos juicios y prejuicios, dejémonos de condenar comportamientos, olvidando que somos jueces y parte. Qué tal si los lunes hablamos de algo que no sean las fiestas ilegales del fin de semana. Qué tal si algunos programas abandonan los partes de guerra, el tono apocalíptico, la migraña estadística. No lo dejemos para después. Empecemos ya. Pongámonos mano a la obra en la reconstrucción mental del destrozo colectivo, de las secuelas que, visibles o no, está dejándonos tener que vivir a medio gas, a media luz, a medio rostro, a media sonrisa, abrazo o beso, a media vida. Qué tal si pedimos a los cenizos que se cojan un respiro, y que dejen a otros gestionar la recta final.

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