tribuna

Paisaje del espacio residencial post-COVID, por Juan Manuel Palerm Salazar

Por Juan Manuel Palerm Salazar

Soy bloquero. Sí, lo soy por vocación y profesión. Desde muy temprana edad cultivé los círculos de pensamiento donde la percepción del mundo y su conocimiento se vinculaba a la capacidad de articular imaginación, curiosidad y emoción, sin perder nunca de vista el contexto donde cada uno se situaba, el observatorio personal e intransferible donde hemos vivido.

En Canarias, este contexto me ha velado, desvelado y revelado el bloque de hormigón vibrado como material difuso e indiscriminado en la construcción del territorio que percibía y me daba información de mi entorno, político, económico y social, pero sobre todo ético y estético, confundiendo imagen con significado, respuesta social con tecnología y otras dualidades enfrentadas. Esa percepción me produjo desasosiego y, por ello, después de bastante tiempo logramos profesionalmente evitar e incluso eliminar el bloque como material para construir las respuestas arquitectónicas a las solicitaciones públicas y privadas que proponíamos, admitiendo con ello la contradicción con la maquinaria de producción económica de la construcción en Canarias y la pobre y perversa utilización popular y técnica que conlleva su utilización, por su evidente y contrastada carencia de cualidad y calidad constructiva y escasa idoneidad para la aclimatación de edificios y espacios.

Me hubiera gustado ser ladrillero, del ladrillo, y, aunque no he nacido en tierras arcillosas, me emociono cada vez que compruebo su belleza y su refinada utilización en la buena construcción, reconociendo con ello la deuda que tiene la humanidad, no solo occidental, con este material utilizado con formas y aparejos ingeniosas a lo largo de la historia de la civilización y que ha contribuido en la evolución del pensamiento y conocimiento de la realidad con una construcción mas racional del mundo. Nuestro bloque de hormigón vibrado, como se le conoce técnicamente y que tiene dos componentes fundamentales cemento y picón de origen volcánico no tiene gala de la misma trayectoria.

Los hombres hemos sido capaces de cometer errores sorprendentes, incluso de forma habitual y reiterada al denominar y asignar palabras u acciones a situaciones deplorables como la denominada “crisis del ladrillo”, supongo que, si hacemos un esfuerzo, recordaríamos otras más espeluznantes.

Razonablemente no es muy acertado el nombre e injusto identificar el material, el ladrillo, como responsable de una estrategia realizada por personas que no aman ni se emocionan y desconocen a este material y, más grave aun, haber confundido e influido desde la gestión política a la sociedad y a los medios de comunicación utilizando la construcción como fin económico en sí mismo destruyendo y olvidando la razón de ser del construir y despreciando las distintas profesiones de gran dignidad que la caracteriza, razón de ser y de vivir de muchas personas que aman su trabajo y que han contribuido en sustentar una sociedad civilizada.

El medio al que me refiero es el llamado sector de la construcción, que tanto dinero ha dejado y a tantos ha beneficiado y a otros muchos ha ayudado y que hipócritamente estos últimos años se le acusa de ser uno de los actores principales de la vilipendiada crisis española. De nuevo nos olvidamos de las personas y estrategias que están detrás y que han instrumentalizado con gran éxito sus propósitos al identificar a todo el sector del mal llamado ladrillo como causantes de tal despropósito.

Comprendo e incluso entiendo que el sector de la construcción participa directamente de las cifras macroeconómicas de este país y de cualquiera estado moderno que se precie de ello, contribuyendo como un dinamizador económico y social. Por ello, parece fácil reconocer que estas cifras macroeconómicas estaban excedidas en los últimos años en relación al contexto geo-estratégico y político español donde nos situamos, sin olvidar que Canarias sigue estando al menos geográficamente en África en un contexto atlántico, y, por eso, la necesidad de su ajuste y revisión de dichas cifras, evitando simplificaciones y eslogan reivindicativos o publicitarios que no reconocen la dimensión del turismo como salvavidas económico y social, independiente de la cualidad de sus actuaciones (pero eso es otro tema).

Siempre me ha resultado inquietante comprender el motivo por el cual se identifica y homologa de forma genérica la arquitectura con la construcción. Sin duda ambas están en una relación incuestionable, pero resulta sorprendente esta homologación si comprobamos los datos sobre la industria y el sector de la construcción a nivel nacional y autonómico, previo a la COVID-19, donde evidencian que del volumen total de los porcentajes de la construcción referida a edificios, casas y espacios públicos, que podría asociarse a la realización de elementos, piezas y espacios arquitectónicos, no alcanza al 12% de lo construido; que los sistemas de carpintería utilizados no responden ni al 30% de su razón de ser (aislamiento, ventilación e iluminación); que las instalaciones se ejecutan en el 60% sin tener en cuenta el control de su consumo energético ni los sistemas de su regulación, o los sistemas separativos de recogida de aguas o la correcta aplicación de conceptos lumínicos frente al mercadeo y consumo de luminarias; que los tipos estructurales y los materiales dependen de economías de mercado alejadas de la innovación tecnológica, que si bien cumplen las determinaciones normativas urbanísticas y las normas técnicas de la edificación en las diferentes parcelas que la desarrollan, estas normas o reglas obedecen a parámetros que no demuestran la cualidad y calidad del resultado final del edificio o del espacio, sino del cumplimiento del índice de referencia de su oficio y especialidad o parte especifica y parcial de lo edificado en cada caso sin poder extrapolar dichos índices en la globalidad del resultado.

Cabria recordar un principio fundamental de la ciencia y del pensamiento contemporáneo y, por tanto, también en la arquitectura y en la construcción: la suma de las partes no hacen el todo, o el todo es fundamental frente a las partes, pero parece que este principio está bastante ausente y alejado de la construcción racional de nuestra realidad, donde todos somos capaces de hacer chapuzas de partes y algunos del todo.

Este despropósito se repite reiteradamente incluso mezclando y homologando profesiones y oficios como si se culpabilizara a todos ellos de lo acaecido y sin reconocer la riqueza de profesiones y oficios que son necesarios para realizar la buena y razonable construcción arquitectónica que desgraciadamente profesiones y oficios que están desapareciendo y destruyendo. Habría que aprender, en este sentido, y no confundir a estos actores necesarios con organizaciones profesionales, muchas de ellas gremiales, que confunden la defensa de sus intereses por encima de la cualidad y calidad de sus resultados y de su necesaria implicación social y cultural. Habría, igualmente, de intentar no confundir construcción con constructora o inmobiliaria, como ha sucedido y sucede reiteradamente por muchos sectores sociales y políticos e incluso de ciudadanos, y exigir precisar con mayor entereza y decisión la razón de ser de profesiones y profesionales como aparejadores, ingenieros, paisajistas, ferrallistas, albañiles, obreros, pintores, yesistas, carpinteros, cerrajeros, encofradores, electricistas, fontaneros, pedreros, jardineros, topógrafos o arquitectos……y saber discernir su contribución social más allá de las competencias y responsabilidades administrativas atribuidas de carácter fiscalizador y con ello poder trabajar con dignidad.

Soy bloquero, mejor ladrillero y lo afirmo con similar energía a la canción entonada por A. Molina ¡Soy minero! y espero sinceramente, como arquitecto y profesor universitario, estar a la altura para reforzar la importancia de la arquitectura y los buenos profesionales que la realizan en participar responsablemente en el sector de la construcción desde el conocimiento, la emoción y el razonamiento ético y estético del necesario nuevo paisaje que necesita urgentemente el territorio de la arquitectura en Canarias. Mientras tanto, espero que la sociedad y los gobernantes sepan apreciar con mayor nitidez, exigencia de cualidad y sin tantos prejuicios el valor e importancia del proyecto de arquitectura más allá de su necesaria respuesta y cumplimiento administrativo.

*Catedrático de Arquitectura de la ULPGC. Presidente de Uniscape

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