En esos planetas de arbustos, en los palmerales, fuimos policías y ladrones, héroes, perseguidores o perseguidos, canallas, médicos y soldados, fuimos los cinco secretos, Julián, Dick, Ana, George y Tim. Con permiso, o no, entre aquellos matorrales fuimos los tres investigadores, Jupiter, Pete y Bob, y resolvimos los misterios del castillo del terror, del dragón, del gato de trapo, del fantasma verde y de espejo embrujado. Jugábamos veinticinco horas al día, maquinábamos, soñábamos muy despiertos, reíamos. También lloramos, con torpeza, sin ganas. Ganábamos batallas incluso cuando las perdíamos. Con lo que pillábamos en los barrancos construíamos fortalezas, cuarteles generales donde guardábamos arcos, linternas, flechas y otros artilugios que merecían no ser descubiertos. Escapamos de amenazas a veces imaginarias y otras no tanto. Los días se parecían, pero jamás uno repitió al otro. En los arbustos y palmerales que el domingo ardieron en la explanada de Bajamar alargábamos los veranos hasta bien entrado el otoño. A tiro de piedra de nuestra urbanización, fue el país de nuestros mapas, de las aventuras que escribíamos con palos secos, banderas imposibles y horas sin reloj que las marcara. Fue ahí donde levantábamos los campamentos base, imprescindibles para las expediciones que, autorizadas o no, informadas o no, con o sin el conocimiento de nuestros padres, hacíamos al más allá, acercándonos a La Punta o rodeando las montañas que algún día, supongo que bastante perdidos, nos sorprendieron con Tejina o Tegueste. Entre la finca de palmerales y nuestra casa las piedras y los lagartos tenían nombre, protagonizaban capítulos como los libros que nos inspiraban o los recuerdos que empezábamos a acumular. En esos arbustos fuimos villanos, pero de los buenos. Fuimos lo que nos dio la gana porque a esas edades la realidad es solo un rumor, un ruido de fondo. Fuimos lo que quisimos ser de niños, no de mayores. Fuimos anfibios, las horas que no pasábamos metidos en el mar, o en las piscinas, las devorábamos sin masticar en el pueblo y en los alrededores del palmeral que este último domingo fue noticia. El susto quedó en poco, pero la nube de humo que mostraron las fotos o los vídeos me dejaron sin aire, temiéndome que el fuego borrara definitivamente las huellas de lo que fuimos, y allí, en los matorrales, fuimos lo que nos dio la gana, fuimos tantas cosas como quisimos imaginar y vivir quienes fuimos niños en Bajamar.