el charco hondo

Anochece (que no es poco)

No ha sido en los gimnasios. Tampoco en los teatros, restaurantes o colegios. Ni en la playa o el monte. Ni siquiera en las oficinas, bares o cafeterías. Ha sido en las casas, puertas adentro, en interiores, en apartamentos o pisos, adosados y estudios, en el desorden de la intimidad, lejos del escrutinio de terceros, de la policía, de transeúntes y mirones. Ha sido donde nadie nos ve, intramuros. Las viviendas han sido el principal foco de contagios; los números no mienten, ni exageran. Hemos pasado catorce meses dando palos de ciego, equivocándonos. Hemos improvisado. Hemos ignorado, mucho. Mascarillas, geles, codos, superficies o guantes han sido prescindibles e imprescindibles, sustituibles e insustituibles, una cosa o la contraria. Las unanimidades fueron desplazadas por los desmentidos, las certezas por la evaluación continua, los hechos por los deshechos. Sin embargo, una realidad (incontestable, y demostrable) nos ha acompañado desde el principio, y no es otra que la constatación de que las reuniones más o menos discretas, en propiedades o alquileres, han sido la zona cero de los contagios, el epicentro del terremoto, el problema con mayúsculas. El riesgo cero es utópico, está descartado; pero estadísticas y análisis coinciden en que los espacios reglados, afuera, en la calle, han generado menos problemas que el desorden o la falta de reglas que marca las quedadas en viviendas particulares, espacios donde la ventilación o las mascarillas no pasan del felpudo o el rellano. En pocos días el toque de queda se conjugará en pasado imperfecto, con la finalización del estado de alarma. La noche pasará de prohibida a desaconsejada. Fatiga, hartazgo e impaciencia dibujan un escenario emergente, lejos de la resignación de meses atrás. Hay que ser realistas, y adoptar medidas que encajen con el estado de ánimo reinante. La gente va a reunirse, los reguladores autonómicos deben partir de esa premisa y trabajar con la perspectiva de que las recomendaciones -bienintencionadas, pero frágiles- fracasarán como cortafuegos. Hay que sustituir alarmismo por pragmatismo. A riesgo de desatar rayos, relámpagos o truenos, y con el debido respeto, sugiero al Gobierno canario que abra los ojos, reflexione y, acto seguido, se pregunte qué contagia más, tener a la gente reuniéndose por las noches en las casas —porque todo está cerrado— o dejar que abran negocios que, reglados, aireados y observados, contagian menos que irse de cena y copas a pisos o apartamentos.

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