Cuentan los científicos que la risa no es una actividad única de los humanos, que al menos sesenta y cinco especies de animales también ríen. ¿Por qué ríen los animales?, ¿qué es lo que les produce risa? Por partes. Caminas por la calle y ante ti una chica conduce una bicicleta. La muchacha se va al suelo y a ti te da por soltar una carcajada estruendosa, para asombro de la joven. ¿La desgracia de los otros mueve a jolgorio? O te descompone el ánimo el despiste o la torpeza de otro ciudadano. Ocurrió en El guateque, de Blake Edwards, y las indisposiciones de Hrundi V. Bakshi, interpretado por el soberbio Peter Sellers. Tales son los desastres del protagonista que en más de una ocasión en vez de risa te sorprende la compasión.
Y, en ese punto, los chistes. Eso es otra historia. Porque la materia de los chistes es la lengua, la lengua que juega con la sutileza de quien la usa y revela los dobles sentidos y la capacidad del idioma de manifestar cosa distinta a la que expone, esa divina gracia por la que el que oye ha de reemplazar lo que oye. Es el ingenio que conduce a los individuos agraciados a decir del modo en el que lo dicen, a inventar enredos a veces supremos. Nos encontramos ante el juego de la proximidad, del agrado entre los iguales, del sentirte bien.
Lo cual fija a la risa por revelar dos principios radicales: el acuerdo cultural y la comprensión de los estímulos.
Ello coteja los valores: el circuito social, en tanto la risa es por participación y encuentro, incluso cuando te ríes solo, y la identidad de quien mueve a tal actitud.
El asunto es caer bien. Luego el humor se especializa. No todos, como sabemos. No es igual un ciudadano de Cádiz que un ciudadano de Bilbao. La risa en disposición. Y ese es uno de los factores más eximios y exigentes de la humanidad y de los animales que ríen. Es una condición de salud. Porque la risa no solo libera sino que te hace deducir lo manifiesto.
Por eso los animales se ríen como se ríen. Porque se encuentran bien, sin peligro. Y por encontrarse bien y sin peligro no expresan mensajes sino sugestiones. Despliegan el afecto, la atención, la cordialidad, la complacencia, eso que asegura el buen estado del grupo y la capacidad de fundirse con los cercanos. De ahí las señales manifiestas hacia un otro.
La humanidad atesora la envidia, la ira, la guerra, la traición, la infamia, el malhumor… Pero también el cálculo de la sucinta perversión que te hace reír.
Y eso es bueno, muy bueno.