Se me ha llenado de hielo el congelador, malas noticias. Porque soy un inútil descongelando la nevera. Cada día ocurre algo; cuando no se te avería un aparato doméstico, Hacienda te envía cariñosamente una de sus cartas negras. O el Consorcio de Tributos te embarga los 27 euros que había en la cuenta corriente y te quedas cantando La Marsellesa cuando vas a pagar los veinte euros de la gasolina con la tarjeta. Nada que te conduzca por la senda de la felicidad completa. La vida está llena de pequeñas contrariedades y eso te provoca sobresaltos, uno detrás de otro. Últimamente he comprobado que me gusta menos la televisión, que no soporto las series largas y, como creo que les conté, que no me apetece escribir nada que sea distinto a lo que hago habitualmente. Después de 51 años de profesión y de vivir allá arriba, me he acostumbrado a la placidez del dolce far niente y a hacer constantes milagros para llegar a final de mes, algo difícil en estos tiempos, al menos para mí. Pero sobrevivo. Inevitablemente viene a mi memoria el recuerdo de un poeta gomero que le hacía versos a mi abuelo a cambio de unas monedas. O de aquel mendigo, Dieguito el Mariposo, que bailaba claqué en el zaguán de mi casa, y no paraba hasta que mi abuelo le mandaba un duro con la criada. Hombre, no quiero exagerar, pero confesar lo doméstico a mí me parece hasta divertido porque hay quien cree todavía que mi vida de periodista con posibles me acompañaría hasta el final. Nada más lejos de la realidad. Ahora no soy periodista, sino equilibrista; quién lo iba a decir. Ya ven, cuento todo esto porque se me ha llenado de hielo el congelador y soy un inútil para eliminarlo. Mañana pediré consejo y sacaré toallas para recoger el manantial resultante.