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El calor y el miedo

Escribir con el balcón abierto de par en par te recuerda inevitablemente noches sudamericanas. Hemos tenido un clima tórrido los últimos días, que a mí me traslada a mis estancias americanas, con la habitación de los hoteles refrigerada y, de vez en cuando, una ventana abierta de par en par, con grave riesgo de invasión de mosquitos. ¿Ustedes no se han percatado de que hace dos años no aparecen con tanta frecuencia las cucarachas? ¿Han huido del virus? No sé. Una vez desaparecieron los mirlos y, con su ingenio de periodista pobre pero honrado, Gilberto Alemán, paz descanse, escribió una crónica preciosa sobre esta ausencia ornitológica. Gilberto tenía una imaginación desbordante. Todo lo que contaba, fuera verdad o no, desprendía una poesía especial, que él reforzaba con su profundo conocimiento de la tierra, de su tierra, y con su mala leche cercana. Habría que estudiar la obra de Gilberto un día, pero en serio. ¿Sabían ustedes que fue el primer director de este periódico en su nueva etapa? Pues Gilberto fue también quien detectó, seguramente con la colaboración de algún mago, que un día los mirlos desaparecieron de la Isla. Y, al cabo de los años, el mirlo volvió, pero nadie sabe dónde estuvieron refugiados estos pájaros negros de pico amarillo mientras tanto. Escribir con las ventanas abiertas permite a los recuerdos entrar sin barreras y entonces te acuerdas de Gilberto y de otros y te invade una cierta nostalgia. Uno sabe que los recuerdos están entrando en la estancia porque las cortinas se mueven sin ton ni son; y no es el viento. Son las memorias chocando contra ellas, luchando por entrar, porque saben que las ventanas han sido franqueadas para que quien escriba tenga algo que decir. Me gusta más el verano que el invierno, los mirlos me entretienen más que las tórtolas y la Isla se ha llenado de loros. Estos no entran, son más desconfiados.

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