el charco hondo

El punto y la coma

Qué somos, un signo ortográfico representado con un círculo o cuadrado relleno —ubicado en el extremo bajo de una línea de base tipográfica— o un apóstrofo o comilla de cierre, con una cola situada en la parte alta del asta ascendente. Aquello o ésta. ¿Somos la que va pegado a la palabra o al signo que la precede, o lo que se separa por un espacio de la palabra y el signo que la sigue? Y, quienes se sientan punto y coma, ¿qué hacen?, ¿a qué baño van?, ¿cuál es el suyo? Los acertijos de las puertas de los baños vienen de viejo, no es algo reciente. En algún momento, no se sabe quién ni cuándo, a alguien —solo o probablemente en compañía de otros— pensó que sería gracioso ponérselo difícil a los que van al baño. Maquiavélico (ella o él, tanto da), concibió un plan maléfico. La gente apura más allá de lo saludable o inteligente, colocándose al límite de lo fisiológicamente aconsejable, llegando a las puertas de los servicios del bar, cafetería o restaurante con la piñata a punto de estallar, con el incendio declarado y el cuerpo desatado, ya incapaces de tirar de comodín alguno para sobrellevar una cola inesperada o sobrevivir al que, sentado, con la puerta cerrada a cal y canto, parece estar finiquitando las digestiones de sus últimos treinta años —con calma, creyéndose sentado en el sofá de su casa—. Normalmente vamos al baño desafiando al espacio-tiempo, nos levantamos de la mesa e iniciamos el recorrido que nos separa del desahogo con el árbitro pitando el final del partido. Así es como nos intuye, y espera, quien decidió sustituir los carteles de ellos o ellas, hombres o mujeres, caballeros o señoras, por los de poncho o sombrero, luna menguante o llena, sol o nube, mínimo común múltiplo o máximo común divisor. Qué decir del tipejo que, marcado por un apretón con final trágico en algún pub de mala muerte, vengó su implosión colocó en los baños de un restaurante, donde paré días atrás, una coma y un punto. Coma. Punto. Dos puertas, un destino. Señales indescifrables, tramposas, carteles concebidos por El Mal (así, con mayúsculas), pensados por una mente perversa. Punto. Coma. Qué somos. Cuál es la puerta. Rendido, no quedó otra que abrirla con el nervio de quien desactiva bombas, cable azul o rojo. Ya de vuelta en la mesa, pregunté. Punto, masculino. Coma, femenino. Está claro, escuché. La camarera lo aclaró con cierto desdén, harta de desvelar el misterio. Poncho o sombrero. Mínimo común múltiplo o máximo común divisor. Hay que joderse.

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