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La plácida jubilación

He comprado plantas para que le den alegría al balcón. Y me asomo de vez en vez a ver y escuchar las peleas de los jubiletas con los cajeros de Caixa Bank, ya lo saben. El nada que hacer lo inventaron los italianos en los tiempos de Fellini; lo llamaron dolce far niente, o al menos eso creo. Yo salgo poco. Ahora me han invitado a Alicante y a Portugal y tengo miedo, porque como me dedico a la vida contemplativa cualquier exceso me produce pavor. Estoy preocupado porque no me quedan enemigos, se han muerto; y los que me quedan son tan insignificantes que ni siquiera vale la pena combatirlos. Ayer tuve la alegría de estar un rato con un gran amigo, Miguel Concepción, al que la sociedad de esta Isla ha maltratado con saña. Hemos hablado del Tete y de muchas cosas. Incluso de vino y de aceite de oliva. Nada de periodismo, o apenas, pero me dijo que estaba contento porque su Canal 4 de televisión ya no le cuesta dinero. Qué bien. Con Miguel y su familia he pasado muy buenos ratos, sobre todo en aquel viaje a La Palma, invitado a su casa en unas fiestas lustrales. Nunca anuncio mis entrevistas pero la del lunes próximo en Los Limoneros es interesante, humana. No hablamos sino de cosas positivas, tal cual el espíritu de mis interviús. Llevo 126, me parece, en esta serie. Y saldrá un libro con todas o con unas cuantas. Cuando miro el pen-drive que las contiene me asusto: casi 1.000 folios. A ver qué libro aguanta ese peso. Yo, en Los Limoneros, lo que como son huevos fritos y el foie que Tito se ha sacado de la manga, con gran éxito. En la calle tose un jubileta -¡qué espanto!-y las palmeras se mueven con el alisio leve de los atardeceres portuenses.

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