Cabe preguntarse qué piensan, en qué trabajan y, sobre todo, cómo lo llevan los 101.000 posibles que según la policía municipal estuvieron en la manifestación de la plaza de Colón, pero que atendiéndonos a las cuentas de la policía nacional no se acercaron a la concentración. Mientras la Delegación del Gobierno ha asegurado que se reunieron 25.000, el Ayuntamiento precisó que fueron 126.000 las gargantas que gritaron contra la intención de indultar a algunos dirigentes independentistas. Habitualmente, quienes han estado pero también no han estado -dependiendo de qué administración haga las cuentas- acaban siendo el grupo más numeroso de las crónicas. En Colón ha vuelto a pasar. Se sabe que 25.000 sí fueron, pero a partir del 25.001 puede que sí o que no, lo que no deja de ser tremendamente injusto, porque cruzar Madrid para estar en la plaza bien vale que no te metan en la estadística de los hipotéticos, de los que parece que sí pero no. Es probable que quienes están con un pie dentro y otro fuera de los sondeos de la campaña contra los indultos representen con mayor fidelidad el sentir del país. La incomparecencia compareciente de la que habla una u otra policía se acerca a la posición de quienes, incapaces de acalorarnos como algunas derechas, verbalizamos el lío de los indultos con bastantes sombras y luces insuficientes, dudando, acumulando preguntas que no encuentran respuestas incontestables. Quienes no somos capaces de posicionarnos radicalmente a favor o en contra (siempre, por principio), no podemos dejar de hacernos algunas preguntas. La transición española, de la que tanto presumimos, optó por la reforma frente a la ruptura. Aquel proceso, a años luz de la farsa protagonizada por los independentistas catalanes, fue posible porque elevó a la categoría de sentido de Estado el concepto de utilidad pública, salvoconducto que el pragmatismo y la generosidad convirtieron en el motor del cambio. ¿Acaso no fue la transición española la crónica de un multitudinario indulto al régimen anterior?, ¿fue o no un mal menor para pasar página?, ¿fue o no un indulto la incorporación de Bildu a las instituciones? -por lo demás, ¿se mostró o no el Supremo partidario de indultar al autor material del golpe de Estado del 23 de febrero?-. El actual Gobierno debe atender a razones de Estado, no a urgencias de partido o andamiajes parlamentarios -claro que sí, faltaría más-. Ahora bien, quienes fueron a Colón -hayan sido 25.000 o 126.000- deberían preguntarse si es cierto o no que la crónica de las últimas décadas ha sido la de una sucesión de indultos o males menores que nos han traído hasta aquí.
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