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Pablo Ferrández: “El mayor regalo que me da la música es conectar con el público en una sala de conciertos”

El violonchelista madrileño concluye este viernes su residencia musical con la Orquesta Sinfónica de Tenerife
Pablo Ferrández toca con el Stradivarius Lord Aylesford, construido en 1696. / DA

La Orquesta Sinfónica de Tenerife (OST) afronta en este mes de junio la recta final de la temporada 2020/2021. Una programación de conciertos que, como todo y para todos, ha estado supeditada a un coronavirus que el año pasado cambió el mundo. En días de mascarillas y distancias sociales, y en medio de una temporada atípica que en su segunda parte ha ido recuperando la normalidad, signifique esto lo que signifique, el violonchelista Pablo Ferrández (Madrid, 1991) concluirá este viernes (19.30 horas) su residencia artística con la OST. El concierto estará dirigido por el maestro portugués Dinis Sousa y contará con la participación del violinista austriaco Emmanuel Tjeknavorian. El programa contempla el Doble concierto para violín y violonchelo en La menor, op. 102, de Brahms, y la Sinfonía n.º 6 en Fa mayor, Pastoral, op. 68, de Beethoven. Días antes del reencuentro con la Sinfónica, en el tercer y último concierto de su residencia musical, DIARIO DE AVISOS mantuvo esta conversación con Pablo Ferrández.

-Nacer en una familia amante de la música es un buen punto de partida, pero ¿cuándo fue consciente de que deseaba dedicarse a ella y al violonchelo?

“Desde el primer momento. Mis padres me pusieron ante un chelo a los tres años, ni me acuerdo de cuándo empecé a tocarlo. Era algo tan natural en mi casa que en ningún momento me planteé otra posibilidad. Además, me encantaba y se me daba bien, por lo que nunca pensé en hacer otra cosa”.

-Este año ha publicado Reflections, un álbum que reúne obras de Rajmáninov, Granados y De Falla, además de El cant dels ocells en la adaptación de Pau Casals, en el que está acompañado del pianista Denis Kozhukhin. ¿Cómo se planteó este viaje, este diálogo entre la música española y la rusa?

“El punto de partida fue mi deseo de grabar la sonata de Rajmáninov [Sonata para violonchelo y piano, op. 19], que es mi favorita. La música rusa ha sido muy importante en mi vida. Estudié siete años con Natalia Shakhovskaya, en la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Quería que todo ese aprendizaje y esa influencia, y esa sonata, fueran el centro del disco. A partir de ahí, analizando lo que podíamos hacer alrededor de esa obra de Rajmáninov, tuvimos claro que sus canciones también se adaptaban a lo que buscábamos. De igual modo, queríamos que el álbum reflejase mi personalidad y mis otras influencias, y ahí está la música española, por razones obvias. Manuel de Falla, Enrique Granados, Pau Casals y Serguéi Rajmáninov fueron contemporáneos, por lo que nos pareció interesante desarrollar esta idea: ofrecer un retrato musical de la época en la que coincidieron, las mismas sensaciones y las mismas atmósferas, pero vistas con otros ojos, desde Rusia y desde España”.

-Usted toca con un Stradivarius, el Lord Aylesford (1696), que también han utilizado otros célebres intérpretes. Además de ser una joya de incalculable valor, ¿qué características y qué matices le ofrece este instrumento frente a otros más modernos?

“Este chelo no tiene límites en cuanto a la búsqueda de colores. Si te imaginas un color, lo encuentras en él. Está en algún lado y solo tienes que hallarlo. Para cualquier intérprete, disponer de un instrumento que es un lienzo en blanco que te ofrece todas las posibilidades del mundo es algo increíble. Una de las cosas que más me gusta es hallar colores nuevos, de manera que estoy enamoradísimo de este violonchelo”.

“A los tres años me pusieron ante un chelo, de modo que nunca pensé en dedicarme a otra cosa”

-Da la impresión de que el tiempo ha atenuado el debate en torno al historicismo musical, es decir, y entre otras premisas y características, a la interpretación o no de la música clásica con instrumentos de la misma época en la que fue concebida. ¿Cómo entiende usted esta cuestión? ¿Es posible conciliar el rigor histórico con la libertad en la interpretación?

“Desde luego. Nunca he sido un historicista férreo. Hay muchas maneras de ver las cosas y de hacerlas convincentes. Mientras una interpretación lo sea, a mí me da igual que se haga con cuerdas de tripa o de metal, sin pica o con pica…”.

-El próximo viernes concluye su residencia artística con la Orquesta Sinfónica de Tenerife. ¿En qué ha consistido esta experiencia y qué destacaría sobre todo de ella?

“Está siendo una experiencia maravillosa. Han sido de los pocos conciertos que he podido dar durante este año de manera presencial, y además con público, debido a la pandemia del coronavirus. La gran mayoría de actuaciones las he tenido que realizar en streaming. Una residencia de este tipo te acerca muchísimo a la orquesta. A la Sinfónica de Tenerife la siento ya como si fuera mi casa. A todos los que la integran los considero mis amigos y cada vez que voy a la Isla nos conectamos más aún. Es un tipo de conexión que rara vez puedes conseguir con un grupo de músicos. Estoy impaciente por volver este viernes al Auditorio de Tenerife para hacer el Doble concierto para violín y violonchelo en La menor, op. 102, de Johannes Brahms, que además es una obra que me encanta y tengo muchas ganas de ver cómo la interpreta la Sinfónica”.

-¿Son muy diferentes las exigencias que plantea para un intérprete tocar junto a una orquesta sinfónica que hacerlo con un grupo de cámara o como solista?

“Sí. La manera de interpretar es muy distinta. Con una orquesta, obviamente, tienes que sonar bastante más y no puedes tomarte tantas libertades a nivel de tempo. Sin embargo, es mi formación favorita. Es lo que más hago y también lo que más disfruto”.

“Tener un lienzo en blanco con todas las posibilidades del mundo: eso es tocar con un Stradivarius”

-Entre otras muchas cualidades, la música clásica construye un espacio para compartir. Sin embargo, en la lucha contra esta pandemia la distancia social es una prescripción sanitaria. ¿Cómo está viviendo esta época tan compleja?

“Está siendo un tiempo muy duro. Gracias a dios, ahora las cosas están mucho mejor, pero el año pasado fue todo muy complicado. Me cancelaron 80 conciertos y nadie sabía realmente qué estaba pasando; los países tenían sus fronteras cerradas, era muy difícil viajar. Normalmente, antes cogía 120 vuelos al año y actuaba cada tres días en un lugar diferente. Eso ahora es inviable. Ha sido un cambio bastante brusco. Pero bueno, como digo, menos mal que poco a poco vamos regresando a la normalidad. He estado haciendo conciertos online, conectando con el público en streaming, pero no me gusta. Vivo de buscar la conexión con el público que está en la sala, ese es el mayor regalo que recibo de la música. Así que poder tocar tres veces en Tenerife ante la gente es una pasada”.

“El tipo de relación que tengo con la Orquesta Sinfónica de Tenerife rara vez la puedes establecer con un grupo de músicos”

-¿Qué nuevos proyectos y retos se plantea?

“Después de Tenerife iré a Copenhage. También actuaré en unos cuantos festivales en Europa. Gran parte del verano me lo voy a pasar en Estados Unidos, en San Francisco, Chicago, Los Ángeles… Tocaré junto al maestro Gustavo Dudamel y la Filarmónica de Los Ángeles en el Hollywood Bowl. Son muchos proyectos que, gracias a dios, no se han cancelado”.

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