el charco hondo

Silencio

Tocado e impactado; en absoluto desentendido, pero en silencio. Consciente. Sensibilizado, pero aguardando en silencio. Por qué has estado semanas sin escribir una sola línea sobre las niñas -me han preguntado, muchas veces-. El miedo a equivocarme pesó demasiado, respondo. Preferí atrincherarme en el silencio porque solo el silencio ahuyenta la sombra de una frase inoportuna, de la idea improcedente o la conclusión equivocada, el riesgo de un artículo de opinión que no se ajustara a la gravedad de lo que ha ocurrido o no estuviera a la altura del dolor, del horror. Me interesé, claro que sí. Desde el primer momento he preguntado -y sabido, conocido- en boca de un amigo cercano a Beatriz. A diario pregunté, pero sin abandonar el silencio que ella rompía con mensajes y vídeos cargados de sentido, fortaleza y necesidad. Ella sí. Beatriz nunca dejó de hablar porque ella sí merecía que los demás calláramos para que su voz se escuchara en cualquier parte del mundo. Y nosotros, los demás, guardar silencio, limitándonos a difundir las bengalas con las que Beatriz quiso iluminar el océano, recogiendo los datos imprescindibles que la investigación iba arrojando, sin quitar ni añadir, cuidándonos los demás de decir lo que no debíamos, dando un portazo a la politización u otros usos indebidos de un sufrimiento que no se deja describir con exactitud porque faltan las palabras, o quizá sobren. Tan necesario fue informar como prescindible opinar, romper el silencio con frases incapaces de dimensionar correctamente o capaces de herir sin quererlo, de tropezar, de quedarse cortas o dejarse arrastrar por la ira, por la frustración, por la rabia de estos días y semanas. Mejor fue el silencio. Silencio que silencie a los que han tardado poco en convertir este horror en munición electoral o carne de plató. Preferí guardar silencio porque solo el silencio respeta sin fisuras ni errores, ese silencio que ahora sí debemos romper para participar en la construcción de decisiones que nos hagan mejores, impulsando una revolución que nazca en los centros educativos para acercarnos a una igualdad efectiva y real, a la cordura, al respeto, a la paz que merecen las mujeres y madres que debemos ser. Ahora sí debemos hablar. Tomando nota de lo que la madre de Anna y Olivia ha escrito en su carta tenemos que ayudar para que lo ocurrido trascienda en amor para los niños, en forma de protección, educación y respeto. El jueves no encontré las palabras, aquella tarde fui incapaz de escribir sobre un final ahora conocido. Seguramente esto que escribo tampoco refleje lo que pretendo expresar, porque las palabras me faltan y sobran para describir tanta injusticia, tanto dolor, tanto silencio

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