el charco hondo

El peluquero

Algo tan pequeño como el aleteo de una mariposa puede causar, en última instancia, un tifón al otro lado del mundo -lo que viene a ser, yendo al grano, el efecto mariposa de toda la vida-. Según este concepto, sobradamente conocido por razones tan matemáticas como físicas o cinematográficas, el movimiento de un insecto en Hong Kong podría desatar una tempestad en NY. Quienes sí saben de estas cosas cuentan -de aquella o esta manera- que pequeños cambios pueden conducir a consecuencias divergentes, preferentemente en un sistema no determinista. Una pequeña perturbación inicial, mediante un proceso de amplificación, puede generar un efecto considerable a corto o medio plazo. El movimiento desordenado de los astros, la sincronización de las neuronas, el retraso de los aviones o el desplazamiento del plancton en los mares, cualquier factor puede terminar provocando otro acontecimiento en vete tú a saber dónde o a vete tú a saber quién. La teoría del caos y el efecto mariposa vienen a explicar -o a intentarlo, al menos- algo tan complejo como el universo, caótico y flexible, imprevisiblemente previsible. La idea germen del efecto mariposa es que la secuencia interminable de los hechos, desencadenados entre sí, acaban por tener consecuencias impredecibles. El aleteo de una mariposa causa un tifón al otro lado del planeta de la misma forma que una convocatoria de oposiciones, registrada en algún Ministerio, puede dejarme sin peluquero, abandonado a mi mala suerte, caminando en zigzag por mi calle, perdido, desorientado, con la sensación de que me han cambiado la vida con una decisión que alguien tramitó a miles de kilómetros. Quienes en alguna secretaría de Estado aletearon con la convocatoria de las plazas provocaron un tifón en mi rutina, encadenamiento o secuencia de hechos que en última instancia ha provocado que mis ratos con José, el peluquero, hayan desaparecido engullidos por un agujero negro del destino. Y bien que me fastidia. Cortarse el pelo es algo demasiado serio para delegar tal responsabilidad en cualquiera, qué decir del vacío que genera quedarme sin mis conversaciones con José, charlas de maquinilla y tijera que han alimentado, enfocado e inspirado muchas de mis lecturas de la realidad que nos rodea. José se me ha ido a Cataluña porque la mujer aprobó unas oposiciones. Me alegro tanto por él -y por ella- como lo siento por mí. El aleteo de un Ministerio ha terminado provocándome un descosido en mi catálogo de rutinas. Me he quedado sin peluquero. Suerte, José. Te irá bien, amigo.

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