Si los juzgados de primera, quinta u octava instancia repartidos por el país (o por las Islas, especialmente) se vienen arriba, ronronean, adoptan y hacen suyos los argumentos esgrimidos por el juzgado de lo Contencioso Administrativo de Las Palmas de Gran Canaria, ordenando que el carnaval de Vegueta debe trasladarse a otro lugar por las molestias que causa a los vecinos, si ocurriese, si tal cosa aconteciera, más pronto que tarde en los sanfermines los toros correrán por la mediana de la autopista de Navarra, las romerías acabarán en la TF-1 y los carnavales, en fin, cómo decirlo, vale, a ello, vamos allá, si otros juzgados digieren tales argumentos el carnaval acabará, a secas. Según la sentencia que ha publicitado el TSJC, la fiesta que se desarrolla en Vegueta y calles adyacentes debe trasladarse a un lugar donde no se alteren las condiciones de vida de los vecinos. El fallo es consecuencia de una demanda presentada por tres vecinos, no hizo falta que lo planteara Naciones Unidas, tampoco fue necesario que la Asociación del Rifle o el Almería FC se quejara en el juzgado, bastaron tres vecinos, tres, para que a la Justicia le haya parecido suficiente que se alteren las condiciones de vida para desterrar al carnaval de allá -o cualquier otro ruido, situación no ordinaria, anormalidad o alteración-. Guau. La cosa es recurrible, sí, pero cuando el carnaval de tu vecino veas pelar, pon el tuyo a remojar, y las romerías, y los bailes de magos y, ya puestos, la cabalgata de reyes -¿acaso no se alteran esa tarde las condiciones de vida de los vecinos?, ¿las sillas puestas en la acera no constituyen una alteración de la sagrada normalidad vecinal?-. Cuidado. Ojo. Con idénticas razones un juzgado puede desterrar cualquier cosa que rompa la placidez de los días planos, expulsar de las ciudades los eventos musicales o, entre tantas alteraciones posibles, prohibir las carpas que se instalan cuando el comercio o las actividades deportivas se echan a la calle, las ferias o cualquier cosa que, por minúscula que sea, altere el camposanto al que aspiran tres, siete o nueve vecinos. Ninguna celebración se librará con fundamentos de ese corte, qué decir del carnaval. Las fiestas son contenido, y continente, el centro de las ciudades o barrios son el contenedor que las acoge, las calles que dan sentido, memoria y cordones umbilicales a los días que nosotros, que también somos vecinos, y salimos, nos dedicamos a alterar con desorden, exorcismo y purpurina la rutina, el automatismo, la monotonía y ese silencio sepulcral que puede alargar la vida pero hace que la vida parezca muy larga.