el charco hondo

Los pibes

Escribo de madrugada. He tenido un sueño, y si tardo en volcarlo no podré atrapar lo que soñé, así que me he puesto a escribir antes de que el hilo conductor, las situaciones e imágenes se pierdan en alguna de las habitaciones de mi cabeza. Soñé que tenía quince años; quizá dieciséis o diecisiete, da igual. Claro que no regresé a mi adolescencia, a la de quienes décadas atrás la vivimos sin restricciones, fases, niveles, aforos, toques de queda, mascarillas o certificados de vacunación. El sueño no me devolvió a la adolescencia que disfrutamos en nuestra libertad sin condicional, al quedar o dar una vuelta con los amigos sin tener que contarnos para cumplir con el máximo permitido, al reunirnos en casa de éste o aquella sin mirar el reloj. No soñé con besos, miradas o abrazos sin mascarilla, con la adolescencia anterior a esto que nos ha pasado, con aquellos viajes o planes que no se suspendían, playas sin cadenas, plazas o parques abiertos, apartamentos con una legión de amigos durmiendo de cualquiera manera o en cualquier rincón, con bares caóticos o amaneceres locos que no lo fueron tanto. El sueño no me llevó a nuestra adolescencia, sino a la que ha tocado a quienes ahora son adolescentes. Soñé que con quince años me tocó esta pandemia. Soñé que contagios, presión asistencial y estadísticas de muertes mutilaban mi adolescencia, metiéndola en un corralito de prohibiciones, renuncias y sacrificios, destiñéndola, recortándola, sota, caballo y rey, arrancándole hojas o capítulos enteros al libro por escribir. El sueño resumió algo que me digo hace meses. Quienes hablamos en la radio, salimos en la tele o escribimos en los periódicos, redactan discursos y preparan comparecencias, se dejan entrevistar o mueven las redes, tuvimos quince años hace demasiado. Al parecer, hemos olvidado que cuando fuimos adolescentes queríamos, hacíamos, podíamos; jamás conjugamos confinar. La desmemoria es la razón por la que ahora los adultos nos permitimos estigmatizar a los adolescentes, pibes que muy mayoritariamente están haciendo sacrificios que nosotros, felices los felices, no sé si habríamos sido capaces de asumir cuando lo fuimos. Basta de echarles el muerto de los contagios, basta de marcarlos. Quienes, quinceañeros, estos días están protagonizando unas vacaciones de aforos, prohibiciones y señalamientos merecen más ánimos que reproches. Ya está, dicho queda, no quería irme de vacaciones sin reconocer a los pibes la paciencia que están echándole al marrón que les ha tocado.

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