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Memorias de pandemia

Están de moda las memorias y los ensayos de pandemia y también el cine de pandemia. Son creaciones generalmente pesimistas, en las que el escritor, el ensayista y el cineasta vuelcan en su obra su tristeza. No existe una memoria alegre de la pandemia. Acabo de leer la de Carmen Rigalt, una enorme periodista que fue lanzada de El Mundo y ahora trabaja para El Español. Salió ganando con el cambio. Rigalt, que vuelca sus sentimientos en el libro, desde su infancia a la fecha, ha hecho memoria, le ha echado un poquito de relleno y ha logrado un ejercicio de sinceridad. Rara vez un periodista se sincera y eso le honra, aunque el relato de lo propio tenga menos interés que el de la época en que ha vivido. Yo la conocí en Pueblo, cuando fui a hacer prácticas de lo que se llamaba confección -diseño- con el maestro Asensi, allá por los setenta, estando servidor en La Tarde y pretendiendo importar el modelo estético de vespertino del periódico de Emilio Romero, que era fantástico. Todo se me pierde ya en la nebulosa del recuerdo. He sido tentado a empezar unas memorias de mi vida, pero condicionadas por el encierro me hubieran resultado una tarea tediosa y carente de interés, así que he de remitir a los interesados a las hemerotecas, que guardan las mejores memorias posibles y, además, sin condicionantes epidemiológicos. Uno cambia con la mala hora y lo que escribe dentro de ella no tiene por qué llevar consigo la perspectiva que da un entorno feliz, como el que ahora no tenemos. Lo han intentado otros compañeros, como Carmelo Rivero, director de este periódico, con una muy buena reflexión del ennegrecido tiempo vivido; y lo harán otros, en la literatura, el periodismo y el cine. Pero, en contra de lo que se cree, la gente lee poco ahora y va poco a las salas. Sólo consume mierda.

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