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Soy un fraude

Soy un fraude. Tienen razón mis enemigos. Me han concedido dos premios en mi vida. Uno, por un texto bellísimo que ni siquiera escribí yo sino un cura salesiano, don Carlos Saravia. Me lo regaló, lo presenté a un concurso y gané el primer premio: mil pesetas. Años más tarde, por un acto de valentía profesional, Gustavo Armas, que presidía la prensa gráfica, compadecido por la falta de agradecimientos, se inventó el premio Libertad de Expresión y me lo entregó en un acto al que solo asistimos él y yo. Me declararon persona non grata en la Asociación de la Prensa por no secundar una huelga del Partido Comunista en este periódico y a los tres meses me eligieron presidente. Permanecí trece años en el cargo, justo mientras duró la cesta de Navidad que les mandaba a los muertos de hambre. Me echaron de El Día por publicar un artículo en el que defendía a la región. Más tarde me contrató ese periódico como columnista. Me despidieron de este periódico, del que están leyendo, porque no les gustó a sus directivos que defendiera a unas pobres prostitutas violadas en un cuartel. Y vuelvo a escribir en él. No entré en la Academia Canaria de la Lengua, a pesar de ir bien recomendado, porque se opusieron a mi candidatura un economista y un biólogo. Soy un fraude porque en 51 años no he conseguido nada. En mi currículo hay poquitas medallas, menos de las que colecciona un cronista de pueblo; tengo fama de polémico y me he peleado con todo el mundo durante medio siglo. Aciertan los numerosos francotiradores cuando me ponen a parir; yo ni siquiera me defiendo: que ellos mismos se coman su mierda. No pasaré a la historia, ni falta que me hace, ni nadie escribirá una tesis con lo que dejo atrás, ni pondrán mi nombre a una calle de mi pueblo. Qué alivio, coño.

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