tribuna

Vacaciones

Una de las cuestiones que nos atenaza a los seres vivos es la repetición. La constancia y la certidumbre nos acompañan. Así, es cierta la pareja que se levanta y se acuesta junto a nosotros, los hijos que las más de las veces pululan por muestras casas, los amigos que de tanto en tanto te llaman, los “compañeros” de trabajo con los que coincides casi a diario por el horario que compartes, el vecino que se asoma a la ventana cada veinte minutos en los días señalados, la señora del sexto que siempre elige el pan que tú habías deseado y por educación cedes, etc., etc. Lo que se deduce, por lo que vives comúnmente, es la competencia del conocimiento y la competencia de la funcionalidad. De lo cual se concluye que existes atado a la absoluta regularidad, regularidad del espacio, del paisaje, de los rostros, de las personas, de la lengua, del modo en que hablamos y nos hablan, de las virtudes y de los defectos, de las imágenes, de los caracteres… Es decir, somos y nos manifestamos del mismo modo a como son y se manifiestan los que nos acompañan.
Porque hay dos corrientes que gobiernan el mundo. “Una” por lo que la cosa desea ser siempre la misma cosa, el tigre tigre y la piedra piedra, cual confirmó el gran Spinoza; “dos” que la experiencia se asume por la variabilidad. El primer caso pone de manifiesto lo sublime, el que el cosmos se muestre como suma matemática desde la creación, cual confirmaron los mayas y los aztecas con el estudio minucioso de su Kukulkán/Quetzalcóatl, nuestro Venus; el segundo expone lo que los hombres hacemos ver: entes de la inestabilidad, seres ocupados por múltiples complejidades, desde el ser al nacer (fotografía precisa de nuestras madres) al ser en el punto de la muerte (foto del carnet de identidad). ¿Cuál es, entonces, el signo/sino de los nacidos?, ¿la inexorable continuidad o lo que hemos dado en llamar el “libre albedrío”, eso que Dios deplora?
Lo que ha de confirmarse es la excepción por lo excepcional. Y ahí las llamadas “vacaciones”, tiempo que se ha de ajustar, incluso por legislación manifiesta. ¿Qué establecer? La soledad. No habrá de compartirse la playa tal para descansar, la ciudad desconocida o el paisaje sublime antes no visto. Ahí la esencia ética del salir que confirmó Homero en la Odisea: oír idiomas nunca oídos y contemplar rostros nunca contemplados. La ética del salir confirma al ser porque al ser lo ratifica lo desconocido, lo que no lo conoce ni lo reconoce.
Vacaciones sublimes.

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