tribuna

Angosto agosto

Por Juan Carlos Acosta

En este mes de agosto hemos encajado el último informe del grupo de expertos sobre cambio climático de Naciones Unidas, un documento demoledor sobre los impactos que ya están cambiando el planeta de forma irreversible, además del fiasco terrible de Afganistán, la montaña rusa de la pandemia o la normalización de la pobreza en España y, lo que más nos importa, en Canarias como destacada exponente de la desesperanza.

Asistimos a este acontecimiento planetario, que se produce en miles, millones de años, de transición lenta climática, sin parpadear apenas y cumpliendo con una inercia conformada, nunca mejor dicho, por ciertas dosis de resignación y otras de inconsciencia, acaso porque cada cual interpreta que muy poco se puede hacer individualmente para cambiar la trayectoria pesimista de los hechos.

También asistimos imperturbables a esas temperaturas del desierto en países de bosques y glaciales, como Canadá, que alcanzó los 50 grados centígrados hace apenas unas semanas; a las inundaciones severas en Alemania o Bélgica, o a los pavorosos incendios de Grecia, Turquía o Argelia de estos días, que aún siguen ardiendo como una gran antorcha, con escenas muy dramáticas de poblaciones enteras rescatadas e irreparables pérdidas tanto humanas como materiales.

Y eso que nadie se interesa en esta Tierra intercomunicada instantáneamente por lo que está pasando en lo que llamamos el Tercer Mundo, que podría decirse Cuarto, Quinto y hasta Sexto; porque hay países enteros que ya perdieron la esperanza hace tiempo y vienen padeciendo los efectos terribles de las sequías, las hambrunas y el éxodo hacia ninguna parte, y sin retorno, por la indiferencia de un denominado Primer Mundo contaminante, abusivo y no pocas veces insolidario.

Llama la atención que una gran parte de nuestros vecinos, amigos, parientes o conocidos no hablen de esto que nos está pasando, sino de la compra de ese jugador mesiánico, Messi, por el Paris Saint Germain francés; de lo que le dijo Rociito a Marco Antonio; del coche que nos hemos comprado, de la piscina que hemos instalado, de las vacaciones que nos estamos dando, con muchas fotos adjuntas de platos minimalistas en las redes sociales, o del último modelo de móvil de apple o samsung que trae una pesa incorporada.

Cabe pensar que, si existieran los extraterrestres fuera de aquí, esos que traspasan agujeros negros cósmicos y se ponen en un santiamén en el otro extremo del Universo, y nos visitaran desde lejos, a unos cuantos miles de kilómetros, para medir la composición de la atmósfera sin contaminar con todo tipo de deshechos sus relucientes platillos volantes; calificarían al planeta azul como una maravilla galáctica poblada por una especie demente y suicida que solo suele mirar el suelo que pisa.

Decía al principio que poco se puede hacer de forma individual ante esta deriva tóxica del aire que respiramos porque, aunque ya hay una nueva cumbre del clima programada para el próximo mes de noviembre en Glasgow -Escocia, la COP 26-, los consensos de las grandes potencias emisoras de gases invernadero, como Estados Unidos, China, Rusia o la Unión Europea, y con ellas el resto de mercados enloquecidos por el consumo y los hallazgos tecnológicos de alta rentabilidad, están en otras cosas más útiles, como es dominar las economías por las buenas o por las malas, y cueste lo que cueste, incluidas las guerras.

A todo ello se une lo que opinan no pocos expertos. Afirman que otras de las consecuencias del cambio climático que nos espera son las pandemias recurrentes, pues dicen que virus como el de la COVID-19 se liberan al desaparecer depredadores microscópicos en esa gran pirámide biológica que nos ha traído hasta el siglo XXI del Tercer Milenio después de Cristo. Y eso sí que ya lo estamos probando y padeciendo individualmente día a día como para no darle la importancia que merece.

En cualquier caso, algo que sí es comprobable de forma cotidiana es que la reflexión que caracterizó épocas precedentes de nuestra especie adaptativa ha desaparecido en la actualidad: que ya no se lee literatura, ni filosofía; que las artes importan un bledo, o el cine de argumento; que ya no se debate, sino se discute, o que la robótica sustituye al humano cada vez más en los procesos de producción que nutren gradualmente más nuestro ocioso ocio. Es decir, por interpretarlo desde más cerca, que la muerte del criterio propio está siendo velada por videojuegos, propaganda ciega e insistente de consumos o una información cada día más rendida al servicio de lo inmediato.

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