El pasado lunes día 9 de agosto fue, no me digan por qué, el día más aburrido de mi vida. No soy capaz de relatar lo que no ocurrió en un día absolutamente hueco, tedioso y absurdo, por tanto sin el más mínimo interés. Espero que agosto no siga por el mismo derrotero, porque el próximo día 16 cumpliré 74 años y no me gustaría que la fecha llegara -si es que llega- rodeada del mismo tedio que el puto lunes que pasó. Yo achaco la bajona a la pandemia en sí, porque no creo que tenga nada que ver en mi desazón el nuevo peinado del doctor Simón, ni las tribulaciones de Rociíto, que resulta que por fin menguan. Cuando en un país es noticia el peinado del responsable de Sanidad, mal asunto; porque imaginen que la gente se fijara en el del doctor Amós García, nuestro sabio, parecido al de Javier Bardem en No es país para viejos. España tiende a lo simple, por eso triunfan los que triunfan y los que deben triunfar, pues no triunfan. Es como seguir el destino de la lógica. Otro día como el lunes y me corto un dedo de un pie, y así sucesivamente. Por primera vez en mucho tiempo no me sale el puto folio de corrido, sino que he tenido que hacer pausas, como si me fuera a atragantar de falta de éxito. Hasta a la perrita Mini se le ha quedado cara de tristeza y le he tenido que lavar sus ojos con suero fisiológico, pegados como estaban de puro aburrimiento. Además, en mi exilio portuense siento que vivo en la ciudad más aburrida del mundo, si no fuera por los calamares a la andaluza que dan en el Dinámico, que resulta que tampoco se llama ya Dinámico. Vaya agosto, madre mía; como no me baño en el mar tampoco me queda San Telmo.