Por Victoria Lafora
Los españoles, después de casi dos años de confinamiento, restricciones y estado de alarma, nos hemos echado a las carreteras como si no hubiera mañana. No hay localidad costera ni hotel rural del interior que no haya colocado el cartel de completo algún día de este verano. Ni había mejor destino para los ahorros de tantos meses de encierro como él escapar de la rutina, de la vivienda habitual y recuperar la sensación de libertad que provoca un viaje.
Dado que la quinta ola de la maldita pandemia nos ha convertido en un destino poco seguro para el resto de los europeos, ha sido el turismo nacional el que ha salvado la temporada y se ha convertido en el auxilio necesario para un sector imprescindible, dada su aportación al PIB. Lo ocurrido en julio y agosto puede no ser más que un fuego de artificio para un sector que necesita a ingleses, alemanes y franceses que alarguen la temporada. La ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto, quien con tanto afán alentó a los europeos a volver, asegurándoles que ya no había peligro de contagio, debería reunirse tantas veces como sea necesario con los empresarios del sector y con los grandes toroperadores mundiales para diseñar un plan de recuperación.
Lo ocurrido este verano, con las playas saturadas, los servicios desbordados, los hoteles con la mitad del personal necesario ante la inesperada afluencia, en muchas localidades sin poder encontrar un coche de alquiler o un taxi, solo se justifica por la estampida pospandemia. Pero este no puede ser el modelo de turismo sostenible que necesita nuestro país. Las masificaciones deterioran el medio ambiente, contaminan las costas y dan una imagen pésima de la oferta turística.
Ahora que la COVID está obligando a los gobiernos a replantearse las estructuras económicas para salir de la crisis, el turismo es nuestra principal industria y merece un esfuerzo sostenido. Si no se planifica el futuro pasaremos a ser un destino de bajo coste, con ingresos que no compensan el deterioro que la masificación provoca en el medio ambiente. La catástrofe del Mar Menor es un buen ejemplo de los daños irreparables.