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La crisis

Yo no soy un analista de política internacional. Ni siquiera analizo lo más nimio. Pero me da que lo de Afganistán va a ocupar la atención del planeta durante mucho tiempo y que los intereses que se manejan ahí superan lo previsible. Las imágenes que emiten las cadenas americanas son terribles. Y las de Joe Biden titubeando, con apariencia de anciano decrépito y con el mundo entero escuchando sus frases deshilvanadas me preocupan. Si Trump era un loco, este Potus (acrónimo en inglés del presidente de los Estados Unidos) está demasiado mayor para ser el líder del mundo libre. Que me perdonen los que no opinan así mi falta de respeto, pero si me equivoco estoy dispuesto a rectificar. A mí la rueda de prensa de Biden tras los atentados me pareció patética. Parecía que no sabía lo que estaba diciendo, se encontraba totalmente desbordado por los acontecimientos. Sé que la herencia que le dejó el otro fue terrible. ¿Les he contado que, gastándole una broma a mi amiga Fátima, trabé la puerta giratoria del hotel Plaza de Nueva York, al mismo tiempo que entraban en ella Trump y uno de sus guardaespaldas, cuando compró el hotel? Se dieron cuenta de la guasa y me clavaron con sus miradas. Bueno, vuelvo a la sensación de inseguridad que tengo con Joe Biden, del que no me cabe duda su buena voluntad, pero también sus gastadas capacidades. Igual me equivoco, me gustaría, pero me da que la vicepresidenta, Kamala Harris, tampoco da la talla, aunque en la política, como en el fútbol, no sea bueno hacer pronósticos. Cuando España perdió contra Suiza el primer partido de la fase de grupos del Mundial de Sudáfrica dije que nuestra Selección jamás ganaría el campeonato. Imaginen mi frustración como adivino cuando Casillas levantó la copa. Sigo contemplando imágenes terribles de un estado fallido, dominado por tribus retrógradas y por terroristas. No nos queda nada.

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