en el camino de la historia

La estupidez no termina

Erasmo de Róterdam en 1515 escribió “Elogio de la locura” que marca la irrupción del pensamiento moderno, ridiculizando la estupidez como una categoría de degradación del ser humano, sobre todo, cuando permanece aliada al poder, a la burocracia, a la guerra, a la alta tecnología, a la ciencia y al encubrimiento del oscurantismo. Y desde esa fecha hasta hoy; continua siendo la forma de ser mas dañina que se pueda conocer, peor aun que la maldad porque al menos el malvado obtiene algún beneficio para sí mismo, aunque sea a costa del perjuicio ajeno, como nos dice el historiador Carlo Cipolla en la “Tercera ley fundamental (ley de oro de la estupidez.)”.

Cuando nos hablan desde altas tribunas de trasparencia, de claridad y responsabilidad, la verdad que nos causa cierta hilaridad porque nunca como ahora, quizás, lo manejos ocultos se han puesto a funcionar por esas magnas tribunas que han movido la historia a su antojo sometiéndola a un engaño constante. Y es que la evidencia nos dice que el oscurantismo prevalece, la verdad se escapa de las manos de los que presumen de saberlo todo que ni dan con la clave ni con la esencia de cuestiones sangrantes que comprometen hasta la vida misma.

Y se llega a la conclusión que la estupidez tiene más poder que la inteligencia; lo vacuo, la manipulación prevalecen ante la razón lógica de los acontecimientos observables favoreciendo las zonas de obscuridad donde se sitúa la realidad suplantada por la estupidez que la bloquea y tiraniza. Y muchas veces se actúa de manera inconsciente desde situaciones donde la lógica no existe y si existe no se percatan de ella, porque no dan más de sí, puesto que tener poder no es tener la razón.

La estupidez complica las cosas y no explica nada de nada, haciendo caso omiso que es la filosofía, la ciencia y la cultura las que pueden explicarlas a través de conceptos claros y simples lo cual no solo constituye un logro intelectual sino una emoción. La inteligencia huye de la estupidez y sitúa en el escenario de las cuestiones de manera simple sin grandes alardes de complicaciones donde se mueve con precisión la idea positiva del arreglo a los asuntos que nos comprometen.

El arma de la estupidez la poseen los que se ignoran a sí mismos, los que creen que se lo saben todas, que de todo entienden; la estupidez se deposita en el espacio de la idiocia y es como un arquero que dispara flechas a diestro y siniestro, pero que al hacerlo con los ojos cerrados se aleja de la diana, aunque se crean que han acertado.

Y mientras la estupidez no se erradique, se rompan los tentáculos que posee, la sociedad seguirá dando tumbos sin encontrar respuestas a las preguntas de ahora mismo, sin soluciones que sangran a millones de personas y que solo reciben mensajes torpes, desangelados y exentos de razones políticas, sociales, y, sobre todo, cercanos a diversos colectivos donde la duda se instaura y no decae.

Todo esto nos hace recordar dos frases que creo definitivas: “no atribuyas nunca a la malicia lo que se puede explicar adecuadamente con la estupidez”; o: “ no subestimes nunca el poder de la estupidez humana”. Ahí estriba todo cambio social que se proponga. Si no nos escapamos del significado de estas frases se seguirá instalado en el mas paroxístico de los quietismos, lo que nos retrotrae a la época oscurantista, anterior a Erasmo de Róterdam.

Son momentos estos de la historia de la humanidad ciertamente complejos y difíciles que tal vez estemos entrando en una nueva revolución silente que no se sabe qué características traerá, dado que todo se embosca tras la cortina de la impericia y desde una estupidez latente que nos induce a pensar que lo que pueda acontecer de todo este galimatías mundial es que va a ser muy difícil encontrar la solución óptima si no es como las grandes hecatombes costando millones de víctimas que si en su día fue el fanatismo político lo que precipito al mundo hacia el abismo flagelado por dos grandes guerras, sea ahora la estupidez la que abra el camino de una incertidumbre cada vez mas preocupante que nos lleve a la liquidación de la esperanza y la de un vitalismo que se universalice.

La estupidez cobra una presencia que raya ya hasta en el ridículo; ridículo ausente en los estúpidos que se creen los mejores, los que con sus ‘bobaliconadas’ alumbran las oscuridades del pensamiento humano sin darse cuenta, porque su estupidez no se lo permite, que son tan peligrosos y mórbidos como la pandemia vírica que nos asola..

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