tribuna

Los post sapiens

Hay quien dice que los post sapiens serán más inteligentes y superiores. Por ahora, si es que existen, andan escasos y apenas se les ve porque lo que más abunda no llega ni siquiera a sapiens, más bien parece la rémora de unos neandertales que no se extinguieron del todo y brotan con mayor fuerza. Si hay un componente genético en nuestra configuración actual como humanos, debe existir un factor dominante que nos obliga a parecernos más a ellos. Como siempre a lo recesivo se lo considera el valor excepcional de lo poco común. Esto es peligroso reconocerlo porque entonces habría que admitir igualmente que convivimos con una selecta clase de seres supremos, que están a años luz por encima de nuestras capacidades, y que programan nuestra vida como si fuéramos marionetas. Para las masas enloquecidas se trataría de unos malvados personajes que procuran nuestra eliminación para sustituirnos en el siguiente peldaño evolutivo, y, para los más confiados, deben actuar como los ángeles de la guarda que nos guían por las sendas de la sensatez y no permiten que seamos víctimas del disparate y del desorden. Todo esto tiene que ver con el oscuro debate de la aparición de la inteligencia: si esta nos sorprendió como una fulguración, como sostienen los que se basan en una teoría emergentista, o, por el contrario, fue el producto normal de la evolución. Esto está relacionado con los mitos animistas y con el instante en que el alma viajera se alberga, como un milagro, sobre nuestra condición estrictamente somática para concederle un carácter casi divino, como se asegura en la teoría de la reminiscencia que se contempla en la transmigración de las almas, de Platón. Todo esto se puede poner en duda. En lo que no hay posibilidad de engaño es en la comprobación sistemática de los hechos que demuestran la existencia de diferencias abismales en lo que somos, repugnen o no a la moral que recomienda el fomento de principios igualitarios. Se dice que las democracias han puesto en evidencia estas cuestiones, pero no es menos cierto que los totalitarismos son los que sacan provecho de esta realidad. Habría que reescribir el Tratado de la tontería humana, de Horst Geyer, para establecer en dónde nos encontramos realmente. Decimos que los pueblos se equivocan cuando eligen a dirigentes ridículos, disfrazados de símbolos populistas, pero lo que hacen es practicar una autodefensa para la supervivencia de mayorías sociales desnortadas que temen ser controladas definitivamente por las élites selectas, poderosas y minoritarias. Da igual, las cosas no van a cambiar por eso. Los conductores del mundo persiguen objetivos globalizados y los efectos locales de algunos anacronismos no les afectan, al contrario, les sirven para consolidar su hegemonía. Eso de que los hombres sean dueños de su destino es una entelequia. Es más, creo que nunca ha sido así, que siempre ha existido una fuerza oculta, detrás de los bastidores, que es la que nos gobierna mientras nos distrae con amenazas de destrucción apocalíptica, con contubernios inconfesables, con maquinaciones asesinas y con afirmaciones científicas de difícil aceptación. Nos inoculan verdades indiscutibles para ser exhibidas con la exclusividad de los idiotas, y luego deciden contratar a influencers para que nos convenzan de lo contrario. De esto es de lo que parece echar mano Biden para combatir a los negacionistas y a los vendedores de hidrocloroxina. Vivimos a expensas de los que se creen en la etapa post sapiens gobernando a unos residuos de neandertales, pero olvidan que en el medio quedan algunos sapiens que no están dispuestos a dejarse apabullar. A ellos apelo, porque en ellos esta la salvación del mundo en que vivimos.

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