después del paréntesis

Paraíso

Cormac MacCarthy nació en Providence. Discurrió por el mundo con un reparo: es escritor. En efecto, pretendió hacer carrera en la universidad de Tennesee. No lo logró. Se alistó en el ejército por cuatro años y luego de esa experiencia volvió a la facultad. Ahí comenzó su carrera literaria. Prometedora desde el inicio y por ello el usufructo de varias becas que lo salvaron del hambre. Una quimera atoró su ánimo desde muy pronto: la Irlanda de sus mayores. Por eso cambió su nombre (Charles) por el del incondicional rey y héroe irlandés Cormac mac Airt. En 1965 (con 32 años) confirmó el traslado en barco. Y la primera tierra que pisó en el otro lado fue la maravilla: Tenerife. Pero en la rueda de su certidumbre se encuentra el lugar de encuentro: el sur, el territorio de frontera (donde transcurren sus mejores libros): 1976 y el Paso, en Texas. Ahí su competencia con el español de México y su responsabilidad. Hoy en Tesuque (Nuevo México) con su nueva esposa (más joven que él, la tercera) y su adorado hijo John Francis que tuvo con 65 años de edad. Y eso abre la espita de la rendición ante Cormac MacCarthy, que alcanzó el éxito tarde (1992) con la primera novela de la Trilogía de la frontera, Todos los hermosos caballos, la historia del gran jinete atrapado por el amor. Se llama La carretera. Se ha subrayado la violencia indiscriminada en Cormac MacCarthy. No creo en ese alegato. Lo prueba su testamento personal, No es país para viejos. Ahí MacCartthy señala a los seres justos atrapados por hombres entregados a la monstruosa destrucción. Y en ese acuerdo se funda una de las novelas más extraordinarias conocidas, Meridiano de sangre. En ella la relación que emplaza al autor: el sádico e implacable Juez Holden y el Niño en la guerra. De un lado la desolación, de otro la conciliación. ¿Quién triunfa? Ese es el dictado que Cormac MacCarthy aduce hasta La carretera, una novela que escribe en atención a su hijo John Francis, hijo que ha de salvar del perverso mundo, mundo siniestro, mundo de caníbales. Defensa extrema en pos del paraíso, antes de morir. Ese es el camino inapelable: la búsqueda del portento para instalar ahí a su pequeño. Tras las penalidades, la señal: un barco varado al que el padre accede desde la orilla del mar. Tiene nombre, Pájaro de Esperanza; constata el lugar desde donde salió: Tenerife. No es solo un sueño la marca del dicho paraíso, es la condición; la condición que todo hombre persigue para ofrecérselo a sus hijos: Tenerife.

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