
Dice la Constitución Española, en su artículo 47, que todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Precisamente, esto es lo que pide Pedro, un joven de 34 años que se ha visto obligado a vivir, desde hace cinco meses, junto a su hermano de 21 años, y sus tres perros, en una playa del sur de Tenerife.
Hace casi medio año Pedro se quedó sin trabajo y fue desahuciado. De un día para otro se vio viviendo en una pequeña caseta de madera que encontró en una playa y que, poco a poco, ha ido reconstruyendo y acondicionando para “poder estar mejor”.
Pedro trabaja. Ha conseguido un empleo y, por esa parte, está contento. Se siente afortunado. Tiene un contrato de camarero, de 40 horas semanales, en Tajao, en el municipio de Arico, pero le falta una vivienda.
No encuentra a nadie que le alquile un piso y esto le quita el sueño. Asegura que está “cansado física y emocionalmente” y que es muy duro verse así.
“Esto es un sinvivir”. Estas son las palabras que Pedro utiliza para intentar describir la situación que ahora mismo atraviesa.
Explica a DIARIO DE AVISOS que siente impotencia cuando ve que “la gente se echa para atrás” y deciden no alquilarle un piso cuando se enteran de que ahora mismo vive en la playa.
“Yo tengo mi sueldo y mi dinero para pagar mis cosas. He luchado para encontrar un trabajo y solo necesito un piso. No quiero que me lo den, no quiero que me lo regalen, solo quiero alquilarlo. Lo único que necesito es salir de la playa para poder mejorar. Necesito que alguien me ayude y que me dé la oportunidad, pero así es muy difícil”.
Un techo, una vivienda digna en la que poder vivir con su hermano y sus animales; esta es la petición desesperada de este joven de tan solo 34 años, que, además, llora desconsolado cuando manifiesta que la situación que está viviendo le impide ver y pasar tiempo con sus hijos de dos y tres años.
Relata que los niños están con su madre y que no puede ni quiere llevarlos a la playa, porque “no es vida para ellos”. Le encantaría tenerlos y cuidarlos, hacerse cargo de ellos, pero que la situación, ahora mismo, no se lo permite.
Asegura que hay días que no quiere “ni vivir”, que se despierta y que el mundo se le viene encima, pero que se levanta y vuelve a confiar en que dará con alguien que quiera alquilarle un piso en el que pueda “vivir dignamente”.
Pedro está desesperado. Se le quiebra la voz intentando explicar que es una persona joven, con ganas y trabajadora. Es un luchador que quiere “salir de esta situación, cueste lo que cueste”.
Su día a día
“Me levanto, voy al trabajo y cuando salgo, vuelvo a la playa. Así es mi rutina. Mientras yo trabajo, mi hermano se queda vigilando la caseta para que nadie nos robe. Hace poco lo hicieron. Teníamos un pequeño motor que nos daba luz y con el que podíamos cargar la batería de los móviles, pero un día nos fuimos y cuando llegamos ya no estaba. No podemos irnos de aquí y perder lo poco que tenemos”.
Es una situación que le cuesta llevar y que le pasa factura emocionalmente. “Se me parte el alma cuando veo que mi hermano pequeño se queda aquí. Él no tiene por qué estar encerrado entre cuatro paredes, pasando calor, con la edad que tiene. Esto es muy duro. Al principio no nos quedaba de otra, porque no tenía trabajo, pero es que ahora puedo pagar una casa. Aquí solo escuchas el sonido del mar, no hay nada, no hay nadie alrededor. Es muy duro”.
Pedro es una persona responsable. Lo dice la gente que lo conoce. Tanto la directora de la ONG Juntos Somos Más, Nuri Díaz, quien les ayuda, desde hace tiempo, como los jefes de Pedro, a los que está “enormemente agradecido” por la confianza que han depositado en él, ya que saben su situación y han apostado por apoyarle desde el primer momento.
El trabajo, su vía de escape
Cuenta que gracias al trabajo consigue desconectar la mente, que empezó trabajando los domingos, un único día a la semana y que, al poco tiempo, el jefe le dijo: “No te voy a dejar escapar”.
“Me valoran un montón, me ayudan, me respaldan y dan la cara por mí. Ellos saben lo que trabajo. A veces incluso me preguntan de dónde saco la fuerza, las ganas de trabajar y de animar el negocio”. Algo a lo que él responde: “Necesito avanzar, soy una persona joven y lo voy a lograr. No voy a caer tan fácil. Yo soy el pilar. Si yo me derrumbo, se derrumba todo, y no voy a dejar que pase”.
Ayuda
Pedro no tiene más familia a la que acudir, solo encuentra apoyo en su hermano y, desde hace poco tiempo, en sus nuevos jefes. Lo único que necesita, de forma urgente, es un piso, un hogar en el sur de la Isla en el que poder “lavar la ropa, poder tener a los perros, descansar y no pasar tanto calor. No pido un palacio, ni un chalet, sino una casita humilde en la que poder vivir bien y a la que poder llevar a mis hijos”.