después del paréntesis

Sacrificio (I)

En la no tan lejana Unión Soviética, en el año 1932, vio la luz Andréi Arsenievich (hijo de Arsenio) Tarkovski. Ocurrió en Zavrazhie, en la zona central de lo que hoy es Rusia. Fue un ser al que el arte habría de someter y sometió. Acaso porque disfrutó de lo sublime a su lado, su padre, Arseni Tarkoski, que nació en Ucrania, se trasladó a la capital del Estado por la inquietud, escribió columnas periodísticas en verso y se convirtió en uno de los grandes poetas soviéticos de su momento. Eso lo reconoció su hijo en películas como El espejo, Stalker o la primera que rodó fuera de su patria, Nostalgia (1983). La conmoción apretaba a Tarkovski y se prodigó. Estudió música (lo cual alarga el sentido del ritmo y de la armonía), pintura (o el encanto de la imagen y de la calidad de la mirada) y escultura (o la concreción del objeto en el espacio). Pero no se decidía; hasta que su madre, dadas las compañías de que se rodeó y sus ínfulas por los oficios, hacia mediados de los años 50, como hizo el Zar con los insumisos, lo condenó a una expedición geológica a Siberia. La prueba duró un año. En el regreso, en 1954, acaso por lo que ya conocía y forma parte del corazón del cine (música, pintura, escultura) decidió ser director. Y lo logró. A la sombra de los grandes maestros rusos, el clarividente definidor de la función de los planos y del montaje que fue Sergéi Eisenstein con películas como El acorazado Potemkin, Octubre o Iván el terrible, Andrei Tarkovski se convirtió en uno de los grandes teóricos cinematográficos del moderno (en especial por su libro póstumo Esculpir en el tiempo) y uno de los más ilustres realizadores que han existido.

¿Qué condicionó Tarkovski, no qué condicionó a Tarkovski? Parámetros capitales para interpretar con solvencia la condición de autor. Uno, el arte no se confirma por lo que el público aprecia, por el éxito, el arte se confirma por el arte; dos, el arte es exigencia extrema e incondicional; la belleza se nutre de esos parámetros; tres, la condición teórica, el conocimiento en el oficio, se suma a la esencia; cuatro, el arte no se aviene a la los dogmas culturales ni a la presión ideológica de los gobiernos. Demasiado para la Unión Soviética que ya había dado cuenta de agentes supremos de las vanguardias como Chagall, El Lissitzky o Malévich.
Tarkovsky fue radical en sus defensas. Y por eso se movieron contra él hasta hacerlo sufrir como un condenado. Solo pudo firmar nueve películas en su vida, dos rodadas fuera de su país.

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