después del paréntesis

Sacrificio (y 2)

Andréi Tarkovsky decidió dedicarse al cine como un incondicional artista, en exclusividad. Los dirigentes de su país no lo entendieron. Lo reprimieron. Fracasaron; hoy no se oculta la maestría, la clarividencia temática y los mejores valores del séptimo arte en un virtuoso. De ese modo se expresó. Por el reconocimiento de las películas que amó (Nazarín de Buñuel, Fresas salvajes de Bergman, Luces de la ciudad de Chaplin, Los siete samuráis de Kurosawa…) y los filmes que dirigió: del desastre de la guerra en La infancia de Iván a una de las más conturbadoras cintas de ciencia ficción que se conocen y se llama Stálker o lo que los soviéticos aventuraron en contra de 2001: Una odisea en el espacio de Kubrick, Solaris.

El infausto complot comunista condicionó; el éxito de Solaris confirmó. Pero eso no queda.

El que había sido el primer ruso en recibir el León de Oro de Venecia, hacia la mitad de los años 80 se vio alterado por dos acontecimientos: el exilio y el diagnóstico de cáncer de pulmón. Por lo segundo se decidió a componer su testimonio definitivo. Acudió a Suecia, el país de su adorado Ingmar Bergman, se rodeó de los técnicos y artistas con los que el maestro trabajó y filmó (con guión propio) su mejor cinta. Suena ahí la sublime Erbarme dich del supremo Bach y es una de las más grandes películas que el mundo conoce, cual señaló el festival de Cannes en el año 1986: Offret.

Literalmente significa “La víctima” pero en España se conoce por Sacrificio (que en sueco es Offer).

Treinta y cinco años después de lo que ocurrió lo recordamos. Andréi Takovski a las puertas de la muerte, tanto que algunos momentos los dirigió desde una camilla, transmitió la supremo revelación sobre la vida, sobre el ansia de vivir y sobre lo que la existencia significa. El profesor de estética y arte, Alexander, vive apartado de la civilización con su familia en una isla del estuario de Estocolmo (como el adorado Bergman) entre el lago Mälaren y el Báltico. Allí la relación impar con la belleza, el cariño y la repetición del esplendor (la imagen de la rama del árbol que plantan); y allí la permanencia, la trascendencia, la hondura de los sentimientos, el compartirse y el compartir… Todo ello se precisa en Offret. Es decir, el final grito del creador total, ese al que el mundo no ignora ni jamás ignorará a pesar de contar con solo siete películas (las dos últimas fuera de la URSS) y desaparecer en París (donde sigue enterrado) con 54 años.

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