La maldición del edificio Dakota (construcción neoyorquina de finales del XIX que arrastra una historia manchada de sangre, con el asesinato de John Lennon en su currículo) figura en un lugar de honor de la liga de los grandes misterios sin resolver; al parecer, levantaron el Dakota sobre una colonia de practicantes de magia negra, y cuando en 1967 Roman Polanski rodó en el edificio -La semilla del diablo- una legión de satánicos y abducidos del ocultismo montaron en cólera (entre otros por allí se dejó ver Charles Manson). Con todo, lo del Dakota no está en lo más alto del catálogo de misterios por resolver. Tampoco la desaparición de la aviadora Amelia Earhart, primera en volar a solas sobre el Océano Atlántico, ocupa la primera posición de la clasificación. Qué decir del misterio que rodea el Área 51, una supuesta base militar en medio del desierto de Nevada -secreta, claro está- sobre la que los sucesivos gobiernos norteamericanos nunca han querido aclarar cuál ha sido su función o qué o quiénes la habitan, abonando con sus silencios teorías sobre objetos volantes no identificados o pruebas de vida extraterrestre; pero no, ni siquiera el misterio del Área 51 ocupa la primera posición, si acaso la segunda. Ninguno de esos expedientes más o menos clasificados o historias como el de los puentes de los perros suicidas, la habitación 712 del parador de Cardona, las muertes de Hitler, Marilyn Monroe o Anastasia Romanov, los crímenes de Jack el destripador o la tumba de Cleopatra y Marco Antonio atan un zapato al considerado misterio sin resolver por excelencia, al misterio de misterios, al caso más desconcertante, paranormal, inexplicable e inquietante de cuantos han ocupado a los aficionados a las preguntas sin respuestas. El misterio sin resolver que ocupa la primera posición, ese que está en lo más alto del listado de casos extraños, se resume preguntándonos cómo es posible, por qué y a qué obedece que a estas alturas de la pandemia, con los profesionales de las distintas actividades incorporados hace un buen montón de meses a sus puestos de trabajo, el 54% de los empleados públicos de la Administración General de la Comunidad Autónoma sigan en casa, porcentaje que se traduce en que 4.500 trabajadores continúen retrasando sin causa que lo justifique su regreso a la oficina o, entre otras derivadas, que el 80% de los servicios de atención al ciudadano no estén operativos. Un misterio sin resolver que tiene a muchos miles de contribuyentes desatendidos o aislados en casa porque, por desconocimiento o falta de herramientas, no pueden hacer telemáticamente las gestiones que necesitan. Una vergüenza a la que Gobierno, cabildos y ayuntamientos deben poner fin, con la instrucción de que los empleados públicos que siguen en casa vuelvan a sus puestos de trabajo de una puñetera vez.
NOTICIAS RELACIONADAS