Va para años escribí sobre el título de este artículo y me refería a los nacionalismos en general y al canario en particular. Manifestaba que había una evidencia clara en territorios distantes a nosotros donde este nacionalismo se apuntalaba porque su ladrido institucional se oía en la lejanía; y no es que se le temiera, pero sí se le respetaba y muchas veces se necesitaba de sus apoyos, porque eran imprescindibles para formar gobiernos. No así el nacionalismo canario, que permanecía encorsetado, debido a que, desde una base social amplia que se tenía y razonablemente mayoritaria, se había, no solo atomizado, sino que se percibía un declive que iba dejando por el camino desencantos nacionalistas y pérdidas de confianza, por malos convenios y por escaramuzas pre-gobierno donde no se dio la talla, y la mentira, una vez más, si situó en el espacio del fracaso (el ante -Pacto de las Flores). Encontrándonos hoy en una fase plena de ambigüedades con determinadas organizaciones que se titulan nacionalistas cuasi desaparecidas de la política con mayúscula y de gobierno y con una gran incógnita de futuro incierto sobre lo que puede aguardar al nacionalismo de esta tierra. El nacionalismo no ladra y cuando lo hace es desde la fidelidad de un pueblo que se quiere reconocer en sí mismo. El nacionalismo no ladra para modificar ni amenaza a nadie. Lo hace como mera justificación que está ahí y que su presencia es necesaria a muchos dentro del concurso de un mundo paradójicamente globalizado. De ahí que la primera pregunta y subsiguiente que aparece en el escenario de la reflexión es ¿el pueblo canario es nacionalista? Si lo es, ¿qué resortes culturales, intelectuales y políticos hay que tocar para que brote como lo fue en su día? Al nacionalismo no se le puede desvirtuar, no es bueno alejarnos, sino desde los momentos inmediatos de los acontecimientos y sin esperas improductivas sacar consecuencias que refloten un barco que va escorado a un roquedal no apetecido. Al nacionalismo, y lo que acontece a su alrededor, hay que analizarlo, estudiarlo, comprenderlo para sacar conclusiones positivas y desde esa perspectiva alejar viejas modorras y seculares lamentos. Es hora en Canarias de “la acción nacionalista ”. De exponer la realidad con toda su crudeza para concluir sobre cuestiones que no permanecen en la ignorancia, pero sí en la falta de decisiones que aborden el problema nacional canario. El ladrido del nacionalismo canario hay que tomarlo, si acontece, como un gesto, una voz que se emite como testimonio que el grito sea prometedor de una construcción ideológica que puede escaparse de las manos, porque, una vez más, se llegó tarde para tomar decisiones y los momentos decisivos se escabulleron. Hay que favorecer en el tiempo y durante mucho tiempo la constitución de un comité de “análisis político” u organización “pam-nacionalista canaria” que airee lo que hay, porque con ello se pudiera construir una clara conciencia nacionalista. Porque si no es así, dentro de poco pudiéramos ser testigos mudos de una historia mal contada. El nacionalismo canario tiene que salir de su secular atomismo, tener clara razón política de sus convicciones y definir concretamente metas, dispositivos tácticos, estrategias inteligentes y romper los cercos de las individualidades para, de esa manera, lo que supone un largo recorrido dialéctico, sentar las bases del nacionalismo del siglo XXI.