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El Teneguía

Yo fui uno de los primeros periodistas que, en 1971, alcanzó la zona del volcán Teneguía, que echaba humo y fuego como un dragón. Primero llegó mi compañero Luis Ortega, pero se enfermó y el vespertino La Tarde me mandó a mí a sustituirlo. Hubo un jefe de informativos de Radio Nacional que quiso bautizarlo como el Búcaro, pero aquí a los búcaros se les llama porrones, así que, por fortuna, no tuvo éxito la iniciativa. El nombre de aquel volcán se le debe también a Luis Ortega, el gran periodista palmero, una de las mejores plumas de las Islas Canarias, al que no se le ha hecho justicia convertida en premios. Ni a mí tampoco. Bueno, me alojé en la casa de unas viejas que tenían una pensión, porque aquello se empezaba a llenar de gente. El otro día le contaba a la física Omaira García que el Teneguía fue detectado por los sensores que la CIA había colocado en los fondos marinos canarios para vigiar a los submarinos soviéticos que navegaban por aquí, en plena guerra fría. Esto me lo contó un diplomático norteamericano y nunca fue desmentido. Creo que me lo confirmó mi amigo, el profesor Carracedo. Recuerden aquel avión P-3 Orion que se estrelló en El Hierro siguiendo el rastro de uno de aquellos sumergibles. Esos sensores captaron los movimientos sísmicos que precedieron a la explosión del volcán y los datos fueron comunicados a las autoridades españolas, que no tenían medios suficientes para predecir catástrofes. Alguna vez he vuelto al Teneguía, pero mi memoria remota no funciona esta vez. Creo que por allí, en el 71, andaban también los periodistas Tristán Pimienta, de La Provincia, y Alfredo Semprún, de ABC, entre otros colegas nacionales y extranjeros que se inventaron mil historias de La Palma, igual que yo. Ahora ruge de nuevo el monstruo dormido, pero de momento no despierta el mismo interés de entonces. ¿Quizá por el precio de la luz?

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