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Tito

Le han concedido, a título póstumo, la Medalla de Plata de Güímar a Tito, médico que fue del pueblo. Tito era único, no sólo por su inmenso corazón sino por su sabiduría a la hora de diagnosticar. Pero, sobre todo, por su sentido de la amistad. Yo no conozco a ningún enemigo de Tito; no existen. La pandemia se lo llevó, como se ha llevado a tanta gente buena. Ahora, el Ayuntamiento de esta ciudad sureña próxima le premia con su Medalla de Plata. Tenía que haber sido de oro, pero seguramente las de oro están reservadas a políticos que no harán nunca nada por el pueblo. Rigoberto Díaz, Tito, igual que su padre, fue un médico de esos que llaman vocacionales. Su padre también fue el galeno del municipio, un sabio, académico de Medicina, por quien Tito sentía auténtica veneración. Cada vez que acertaba en una cura o en un diagnóstico pronunciaba la inevitable frase: “Son recetas de mi padre”. Ahora, su hija Fanny se ha hecho cargo de la clínica que dirigieron su abuelo y su padre. Tercera generación de médicos y seguramente Fanny llegará a ser tan buena como sus predecesores. La entrega de la medalla no fue multitudinaria, porque la gente sigue teniéndole miedo al virus, pero en el acto quedaron claros los méritos de este gran profesional, que murió a los 72 años, es decir, demasiado joven para dejarlo todo atrás. Dejó aquí cuatro hijos: Fanny, Tito, Marta y Liam, buena semilla para perpetuar su recuerdo. No dejo de recordarle ni un solo día desde que se fue y con él viví docenas de anécdotas, algunas de las cuales no podré contar jamás, por lo menos públicamente. Tito era estrafalario, cariñoso, educado, observador; tenía golpes geniales y nunca abandonó a un amigo, se partía el lomo por cualquiera de ellos. Y un día va y se muere y la puta pandemia no me dejó ni siquiera ir a su entierro.

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