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Una charla con el profesor Wildpret

Me une con el profesor Wolfredo Wildpret una relación casi de familia, más que de amistad. Quiero decir que tenemos parientes comunes. Siempre es un pacer hablar con este ilustre catedrático, un sabio no sólo en su especialidad, que es la botánica, sino en la vida. El otro día leyó mi artículo sobre Clemencia Hardisson y mi cita del profesor Maynar, que fue maestro suyo, catedrático de Biología de la ULL, y que se empeñó en vano en que lo nombraran sustituto del gobernador civil cuando el franquismo fusiló al titular, Manuel Vázquez Moro, porque dijeron los fascistas -y era falso- que había dado desde el balcón del Gobierno Civil, en la plaza de la Candelaria, un viva al comunismo libertario. Vázquez Moro era marino y amigo de un hijo de Blasco Ibáñez, que le recomendó para el cargo; y pagó los platos rotos del golpe de estado de Franco, junto a otros republicanos inocentes. El profesor Maynar acabó sus días como dentista en Santa Cruz, porque también lo era. Pero me interesa más el Jardín Botánico, que tiene como director a un alumno de Wolf, Alfredo Reyes, que tiene la inmensa responsabilidad de poner en marcha la ampliación del jardín, que lleva más de tres lustros parada. Una vergüenza. El proyecto arquitectónico, redactado por el antiguo estudio de Menis/Pastrana/Artengo, es precioso y el proyecto botánico está dirigido por la profesora de La Laguna Victoria Eugenia Martín Osorio. La conversación partió porque el profesor Wildpret visitó La Quinta, que fue el auténtico vivero del Botánico, y se quedó espantado: maleza, ruinas, farolas rotas. Santa Úrsula no puede abandonar de esa forma a un paraje precioso, hoy residencial. Fueron los masones de La Orotava quienes salvaron de la desaparición al Jardín Botánico, a la muerte del marqués de Villanueva del Prado, cuyas plantas crecían en La Quinta y eran trasplantadas al recinto portuense; ustedes se asombrarían del número de visitantes, antes de la pandemia. Seguiremos hablando.

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