Hace unos meses, cuando la pandemia nos desangraba, todos nos convertimos en virólogos. Los plumillas hablaban con ignorante osadía en las tertulias televisivas del país del terrible virus que nos estaba matando. Hacían pronósticos temerarios y ofrecían una ignominiosa opinión científica, sin puta idea de lo que estaban hablando. Hoy, aflojado el virus, toca hablar del volcán de Cumbre Vieja y todos los tertulianos se han vuelto vulcanólogos, haciendo arriesgados pronósticos de incremento o cese de la actividad del dragón palmero, según convenga. Verdaderos lerdos, sin oficio ni beneficio, babiecas de pura sangre, ocupan tribunas de radio y televisión, e inundan las redes con evidente bobaliconería, hablando de volcanes, de maremotos y de sismos reales o inventados; y con pasmosa serenidad, sin cortarse un pelo. Es malo jugar con el dolor. El dolor de los palmeros es agudo, silencioso y trágico. Muchos se han ido del Valle de Aridane a otros lugares de la isla, medio locos ya por el ruido terrible y por los tremores que llegan desde el interior de la Tierra. Cuando esto pase, que pasará, mucha de esta gente deberá recibir tratamiento sicológico; alguna lo está teniendo ya. Los daños materiales son muy importantes, pero los daños en la salud de las personas están por evaluar. ¿Por qué no jugamos a dejar hablar sólo a los científicos y a no jugar con los sentimientos de 80.000 personas atacadas de cerca o de lejos por un dragón gigante? Tengamos respeto por los palmeros, que hoy son noticia mundial muy a su pesar. Dejemos a la gente vivir sin tertulias de profanos que confunden y aterran, que trivializan y que insultan a la inteligencia del oyente, del televidente y del seguidor de redes. Yo creo que ha llegado la hora del respeto y el silencio. Que sólo la voz de los expertos sea la que tranquilice o intranquilice. Los demás, a callar.
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