el charco hondo

Cinco horas sin WhatsApp

Carmen Sotillo acaba de quedarse viuda y, empeorando las cosas, la muerte de Mario, su marido, ha coincidido con una caída mundial de WhatsApp, Facebook e Instagram que se ha prolongado durante más de cinco horas. Carmen se encuentra en el velatorio de su esposo mientras familiares y conocidos, con sus móviles tan mudos como el de Menchu, se acercan a lamentar su pérdida (la de Mario, aunque perder la posibilidad de enviar o recibir mensajes, audios y vídeos tenía igualmente consternados a los presentes, haciendo una excepción con el finado). Cuando todos se marchan, con los ojos clavados en la pantalla del móvil, desconcertados, perdidos, sintiéndose atados de pies y manos, preguntándose cómo gestionar la tarde sin WhatsApp o qué hacer con el Instagram si escupir fotos o stories, Carmen comienza un monólogo, pero no con Mario -con perdón de Miguel Delibes- sino con el cartero del planeta, Mark Zuckerberg, y, sobre todo, con la pantalla del móvil. Carmen le habla (al móvil) durante más de cinco horas como si las redes estuvieran vivas, operativas, funcionando. Menchu estructura su diálogo como lo habría hecho si se dirigiese a su marido; pero no, durante cinco horas que duró la caída de los buzones de Zuckerberg le habla al móvil, a la pantalla que ha dejado de vomitar reenviados y otros cebos. Cinco horas con Mario. Cinco horas sin redes. Vivir sin Mario. Vivir sin WhatsApp, ni Instagram, ni Facebook, vivir sin la vida del otro lado, vivir aquí, hablándole a los que sí están contigo y no a todos menos a los que están contigo, descubrir que sí, es posible, se puede vivir mirando bastante más a la vida y bastante menos a la pantalla, dejar de teclear, volver a tocar, sorprenderte sin redes, mirar alrededor, coger aire. Carmen, Arturo, Pepe o Ana con horas sin escribir ni recibir, sin likes, sin sobredosis de imágenes prescindibles, sin chats. Cinco horas sin Mario y sin redes, con Menchu esperando la resurrección -del WhatsApp, no del marido-. Carmen sin redes con las sensaciones (malas) del confinamiento, sintiéndose aislada, sola en multitud, percibiendo el peso del vacío que genera la incomunicación, sí, al principio, pero cinco horas después dándose cuenta de que sin las redes la vida sigue porque así fuimos. Carmen y algunos más se durmieron el lunes sintiéndose raros, preguntándose qué mensajes quedaron enterrados, puede que para siempre, por esas cinco horas sin red, sin la pantalla del móvil convertida, para los adictos, en el espejo que Alicia atravesaba para viajar al país de sus maravillas, al mundo que sustituía a la vida que hay a éste lado. Muchos presumieron de lo bien que estaban sin redes, pero lo dijeron sin dejar de mirar la pantalla esperando que el servicio se restableciera.

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