después del paréntesis

El ruiseñor

Por razones didácticas vimos y comentamos en clase la película Matar a un ruiseñor. El filme de Robert Mulligan (basada en la novela de Harper Lee) impresionó a los alumnos a pesar de la vejez (1964) y a pesar de que la vimos en la versión original en blanco y negro. En explicación concisa, la película descansa en la paradoja. Por tres niveles enfrentados: la ciudad que vive la depresión en el sur de EE.UU., con ello el complejo social ricos y pobres; los niños, los dos hermanos y el amigo que los acompaña con sus complejidades, de la valentía y el arrojo del mayor, a los fundamentos masculinos de la niña y la capacidad de rellenar con invenciones las ausencias en el otro. Los tres personifican una de las enseñas capitales de la película: frente a la violencia que se despliega en el lugar (la muerte del perro en la calle por el gran tirador, el bueno de Aticus), ellos son la constatación de la inocencia. Y de otra cosa proverbial para el final del recorrido: el misterio a resolver frente al vecino que tienen por peligroso y agresivo. Y la tercera pata a considerar es el papel de Articus Finch (interpretado magistralmente por Gregory Peck). En primer término es viudo y como tal cuida con esmero a sus dos hijos. Hijos que asumen la instancia ética del padre, a quienes él considera personas en responsabilidad antes de cualquiera otra cosa y al que los niños se dirigen no como “papá”, sino como Articus. Pero el meollo de la historia estriba en el tipo de abogado que es Articus Finch: en corresponsabilidad con el derecho universal sea quien sea el defendido. Por eso, el juez lo busca y él acepta defender al acusado a pesar de ser un personaje negro con lo que ello significa en esa ciudad. Y ahí el caso. Tom Robinson, el chico negro, se ve atrapado por la malicia de una reprimida chica blanca; es acusado de violación con violencia. Las pruebas que presenta el abogado son irrefutables: quien pegó a la chica era zurdo (como el padre) y Robinson tiene estropeado ese brazo. Pero el jurado decide (la justicia en el sur racista de ese país). Lo condenan. En el traslado a la cárcel supuestamente se escapa. El policía que testificó en el juicio dispara, no al aire, no al suelo sino al corazón y por la espalda. Ahí se planta la tensión del filme. Hay un ave a la que no se puede matar por lo que es, en hermosura, en canto, el ruiseñor. Eso ocurre, matar al ruiseñor. Extraordinario.

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