tribuna

En el fondo de nosotros mismos

Cualquiera que analice los avatares de la izquierda española después de la transición y en los años anteriores y preparatorios a ella, se dará cuenta de que todo se ha debatido en torno a dos conceptos: la casa común y el frente amplio

Cualquiera que analice los avatares de la izquierda española después de la transición y en los años anteriores y preparatorios a ella, se dará cuenta de que todo se ha debatido en torno a dos conceptos: la casa común y el frente amplio. Es la prueba de que una se niega a integrarse en la otra y la otra se empeña en atraerla para formar mayorías contundentes. Se persiguen sin llegar al encuentro definitivo, igual que si estuvieran en la carrera de Aquiles contra la tortuga, que es un invento del filósofo Zenón para demostrar que algunas cosas se eternizan y nunca tendrán encuentro y solución. La casa común no pudo integrar al comunismo, mientras este se dispersaba en eurocomunistas, anticapitalistas, trotskistas y otros grupos más radicales que nunca aceptaron el apoyo de Carrillo al nuevo escenario constitucional. Al final los carrillistas fueron engullidos por el PSOE, en donde desembarcaron cuadros importantes, igual que ocurrió con los socialdemócratas que estaban en UCD. Todos se fueron a la casa común para constituir la mayoría más amplia que ha disfrutado el centroizquierda en España y que aportó soluciones muy positivas para el país. Los restos del PCE, de la mano de Anguita y otros, montaron una oficina que acabó desdibujándose en el conglomerado llamado Podemos que ha sido el último intento de reunificación del frente amplio. El frente amplio pretende fagocitar al socialismo tradicional, o superarlo en su utópica conquista del cielo, pero de momento solo ha conseguido apuntalar una coalición de Gobierno en la que hay más grietas que cemento. Así las cosas, y siguiendo el símil del volcán, el frente amplio se ha reunido para recomponerse y hacer que las coladas dispersas vuelvan a discurrir por la única posible, que será la llamada a llevar las lavas a la fajana. Iglesias ha reaparecido sin coleta, como un torero fuera del oficio y lejos de los tiempos de Vista Alegre, para decir con moderación contenida que regresará como un lobo discreto a comerse a las ovejas despistadas. “Non tembles terra que non te fago nada”, parece decir, mientras en los jardines de la Moncloa Sánchez y Yolanda pasean en una foto de cortejo. Por la otra parte, por la derecha, también hay fiesta, retornando a los solares valencianos en donde ya no se acuerdan de los trajes que el Bigotes le enviaba al presidente Camps. La ausencia del poder tiene estas cosas y ahora la corrupción juega en el campo contrario, a pesar de que Balldoví haga gimnasia con su exigua representación para estar en todas las fotos. Alguien ha intentado acallar los vítores anunciando que viene también a por todas, y se comerá con papas a quien hoy sacan a hombros de la plaza de toros. No pertenece a ningún frente amplio. Se escapó un día de la casa madre, pero lo hizo para representar a lo que siempre había estado ahí, esa España sobrada de testosterona, que es capaz de ponerlos encima de la mesa cuando la situación lo precisa, esa que huele a estola de visón y añora el rugido de los tambores para marchar al ritmo obsoleto de lo que nunca volverá, o al menos no está en el deseo colectivo del retorno. No sé en qué platillo de la balanza existe un mayor compromiso para regresar a la normalidad, lo que parece claro es que en ambos lados se sufre el mismo problema. Mientras tanto, el país se adormece en un letargo de conformidad, invadido por la desilusión, que es una de las situaciones menos recomendables para un desarrollo sano de la política. La desconexión social aumenta y empezamos a vivir entre la copro y la lumacha, como decía Carlos Oroza, para buscar en la paramez manchega los elementos portátiles del hambre. Ya es hora de que los enfermos compartan habitación y se metan a la tarea de iniciar una etapa reformadora que nos lleve otra vez al camino de la recuperación, pero no con los fondos europeos, sino mirando al fondo de nosotros mismos.

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