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Hace 51 años

Hace 51 años entraba yo por la puerta del diario La Tarde, en el Callejón del Combate, en el que iba a ser mi primer empleo. Inmediatamente nos trasladaríamos a la fábrica El Águila, en Suárez Guerra esquina Viera y Clavijo, hoy edificio parlamentario. La del Combate era como una imprenta del Oeste y, enfrente, el viejo bar de Serafín nos cargó a todos unas cuantas veces. Serafín era el hombre que siempre sonreía y te daba la información a cuentagotas, muy seguro de su certeza. No sé dónde anda. Casi todos mis jefes y compañeros de entonces se han marchado: Don Víctor Zurita, Alfonso García-Ramos, Óscar Zurita, José Alberto Santana, Enrique García Ramos, Pérez y Borges, Perdomo Alfonso, Juan González, Manolo Silva y no digo nada de los del taller: Soto, Ernesto, José, Pepe, al que llamaban Pamplinas, Esteban, Tinerfe, Salazar, Santiago Tugores, Navarro. Le perdí la pista a Manolito, que trabajaba también en El Día; hace años que no veo a Paco Rojas, por el que apostamos Jorge Zurita y yo para que lo nombraran jefe de talleres y lo conseguimos. Tampoco sé nada de Alejandro, que conservaba en un garaje, nuevecito, un Fiat 1.500. Viven también algunos otros: Conrado, que se hizo policía; Félix el Palmero se ganaba la vida en imprentas por ahí; Valladares no lo sé; y más gente, de la que ya no me acuerdo. Ah, sí, murió Jesús, al que llamábamos Chachús; montó la imprenta Drago, en la que continúan sus hijos, creo. 51 años, nada más y nada menos, cubriendo crímenes sonados y volcanes contumaces, partidos de fútbol y de baloncesto y ganándome la vida, conociendo a todo el mundo de esta sociedad pacata y endogámica, en tantos episodios que no se resumen en un puto folio. Aprendí a que me odiaran, envidiaran y a hacer lo que me dio la gana. Aumenté mi indestructible individualismo. Y me quedé solo.

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