La solidaridad debe ser tan bienvenida como la crítica constructiva, cuando se tercia. Las acciones bienintencionadas difícilmente merecen reproche o afear la actitud de quienes, queriendo arrimar el hombro, dan lo que tienen o pueden sin otro afán que la voluntad de echar una mano. Con La Palma, por ejemplo. La reacción de tantísima gente (en las Islas, pero no únicamente) dibuja la buena noticia de la mala noticia, la cara de la cruz, la luz de la sombra, el lado amable que ha alimentado la catástrofe del volcán. Todos con La Palma. Somos La Palma. Con La Palma. Por suerte, jubilados los demonios que históricamente nos han enfrentado -y debilitado, para alegría de terceros- ahora los canarios sentimos, celebramos, sabemos y sangramos como un solo cuerpo. Más allá de los eslóganes o de la solemnidad de los discursos, podemos decir, sin complejos, que somos una -ahora sí-. De ahí que las lenguas de lava estén siendo respondidas con ríos de ofrecimiento y compromiso, de empatía. Sin embargo, esa marea de solidaridad debe ordenarse; pero, ya. También la solidaridad requiere gestionarse y encauzarse con criterios de eficiencia; de lo contrario, muchos esfuerzos y mejores intenciones acabarán yéndose por el desagüe de la desorganización y el desorden o, empeorándolo, generando un problema logístico u operativo, incluso puede desembocar en daños colaterales para los afectados directos o indirectos del volcán. Hay quienes, en La Palma, están advirtiendo sobre las consecuencias que trae consigo el envío de ropa y alimentos que (agradeciéndose el paso al frente, vaya por delante) al no estar en lo alto del catálogo de necesidades lo que provoca es abrirle otro cráter a aquellos que venden ropa y alimentos en la Isla, quienes, con razón, suspiran por tarjetas o bonos de compra que sí les suponen una ayuda efectiva. Hay más. Bien pudo definirse una ventana única -matriz, revestida de oficialidad- a partir de la que derivar las distintas aportaciones, para evitar que afloren miles de iniciativas en una jungla de cuentas corrientes donde la picaresca se mueve como pez en el agua. La buena fe de tanta gente bien merece ordenarse debidamente. La solidaridad exige eficiencia, cauces y criterios adecuados para que llegue lo que realmente debe llegar a quienes debe llegarles. Pongan orden. Sean eficientes en la gestión de la ola de emociones y aportaciones que el volcán está generando. Caso contrario, si cualquiera lidera cualquier iniciativa, buena parte de la solidaridad se reunirá con la lava en el fondo del mar.
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