tribuna

La Matrioska

Yolanda está de moda. Hoy en El País se publican dos artículos relacionados con ella. Uno firmado por Joan Coscubiela, que parece hacer votos por ese frente amplio que ella pretende liderar, y en el que habla de la esperanza de abrir un proceso constituyente, y otro del malagueño Teodoro León Gross, más cercano a las tesis socialistas, que advierte de que Calviño no es el objetivo de Díaz, sino que va a por la cabeza de Pedro Sánchez. Coscubiela es un comunista que fue secretario general de Comisiones Obreras, pero que más tarde, por ese misterio de las puertas giratorias, tan sospechoso para unos y tan justificado para otros, acabó formando parte del Consejo Asesor de Endesa. La política tiene esas cosas y todos forman parte de un club donde las cuestiones de los despachos poco tienen que ver con lo que luego se vende a la calle. Esa suave disposición de la revelación femenina llamada a liderar la izquierda, en realidad vende el buen rollo con Garamendi y el mundo de la empresa, que, aunque la gente no se lo crea, existe de verdad. En toda actividad que base su razón de ser en la negociación estas cosas son de uso común, como la buena educación en el ambiente diplomático. Coscubiela no trata de disimular la condición de Yolanda Díaz y la llama matrioska, no para emparentarla con ese concepto de matria por el que pretende crear un ámbito del feminismo, más poético y filosófico a la vez, en medio del debate entre Irene Montero y la desaparecida en combate Carmen Calvo, sino para afirmar, sin ningún tipo de complejos, que sus orígenes están en la disciplina de Lenin. Ayer escuché al periodista Nacho Corredor decir que el nuevo presidente del Gobierno, no sé qué fecha le pone, será un nacido después del golpe del 23 F. Quiere decir que no estará condicionado por la Transición del 78, ni siquiera se sentirá obligado a agradecerle un favor a la monarquía por habernos salvado de las garras de Tejero. Tampoco le sonará nada el nombre de Felipe González, al que considerará historia, como tanta gente que ya lo hace. A mí me cuesta más adaptarme a esas cosas porque loro viejo no aprende idiomas, aunque sí está dispuesto a admitir que lo es; quiero decir que para los demás, y en buena parte para sí mismo, está obsoleto, a pesar de que intente poner a salvo el tesoro de su experiencia, me refiero al loro. Yolanda se halla un poco fuera de esas expectativas, pues ya sobrepasa los 50. Está un poquitín pasada si tenemos en cuenta que los presidentes de la izquierda lo fueron con 42, 44 y 46 años respectivamente. El mesías que ha de venir, según Corredor, será más joven, aunque en el vaticinio no se dice a que edad tendrá la oportunidad de llegar al poder. Por ahora estamos con Yolanda y con su amenaza, avalada por Iván Redondo, de convertirse en la líder sorpresa de la izquierda. Se asegura que Sánchez, que juega el papel del cuervo en esta fábula donde la zorra se mueve entre lisonjas engañosas al pie del árbol, se declara como primus inter pares en el debate entre su vicepresidenta económica y su compañera de coalición, desempeñando el rol del príncipe azul que tanto éxito le ha dado hasta el momento. Los cuentos donde interviene este personaje siempre acaban con el consabido y fueron felices y comieron perdices, pero la verdad es que nadie sabe lo que pasó después de esa rúbrica de futuro prometedor. Quizá el príncipe abandonó a Blancanieves al descubrir que se los ponía con los enanos, o Durmiente se enrolló con Maléfica, que tenía mejores artes de seducir que Azul y era más moderna y más audaz. Nadie sabe nada de lo que está por venir. Ni Coscubiela ni Torres Gross lo saben. Lo único que yo sé, y me cuesta mucho trabajo descifrarlo, es que, como resumen de la cumbre de Trujillo, donde España y Portugal se hermanan en todo menos en el drama de la crisis política, hoy se publican dos artículos sobre Yolanda. La que ayer paseaba por una calle empedrada de una ciudad extremeña junto a la tecnócrata europea a la que está dispuesta a comerse como aperitivo antes de ir a por platos mayores.

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