¿Optimismo?

Primero fue la crisis del 2008, luego los incendios, más tarde el covid y su nueva crisis económica inherente, hubo alguna que otra tragedia meteorológica y ahora el puto volcán, que trae a todo el mundo de cabeza. En medio, las teorías más absurdas de que La Palma llegará flotando a inundar a Nueva York, acompañada de un tsunami bíblico. Coño, paren ya. El apacible canario, pachorrón y desocupado, despreocupado y medio tumbón, se ha convertido, casi de la noche a la mañana, en un tipo nervioso, atormentado por las desgracias, desconfiado ante la Naturaleza y en alerta permanente, como un jilguero ante un gato. Y así no se puede vivir del turismo, como ya dije ayer. El optimismo tiene llegar y es natural que llegue si en Lanzarote te están cobrando casi 500 euros diarios en un hotel de cinco estrellas y está todo lleno. A este paso, la recuperación del sector tendrá caracteres geométricos y de gran celeridad, así que no es menester que el canario siga ejerciendo el pesimismo, sino más bien todo lo contrario. Pero, claro, va uno a La Palma y se le cae el alma a los pies porque el dragón de fuego sigue expulsando su mala leche y nadie puede predecir cuándo cesará de joder. Yo comprendo que la distribución de ayudas será difícil hacerla justa, unas veces por culpa de la autoridad competente -o incompetente- y puede que otras por la picaresca al uso, habitual en el país de Rinconete y Cortadillo. Pero también es necesario que las ayudas a los palmeros lleguen rápidamente. Ya lo han sido en enseres, pues que lo sea en viviendas. Que esa puesta en escena de las instituciones se sustancie con las perras en la mano, o con la llave de la casa en la otra mano. No se debe alargar el sufrimiento, porque eso también contribuye a alargar el pesimismo. Y no es cosa, ¿no creen?

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