el charco hondo

Rodin

En algo más de un año -cuando en enero de 2023 abramos los ojos- Santa Cruz podrá presumir de que cinco décadas antes, en 1973, una ciudad históricamente discreta, estatura media, adormecida o novelera a ratos, poco dada a los excesos creativos o a las ideas transgresoras, ni grande ni pequeña ni lo contrario, capaz de pasarse o quedarse corta con los adjetivos cuando se mira en el espejo, a veces engreída o acomplejada, con enormes potencialidades y un protagonismo relativo, hizo un viaje de cincuenta años al futuro, al siglo siguiente, al hoy, a las ciudades concebidas como museos, parques temáticos, experiencias o vivencias, a ciudades que, reconvertidas en productos de consumo, son en sí mismas una atracción. Fue en 1973 (mucho o poco, según se mire) cuando con la primera exposición internacional de esculturas en la calle, una de las mejores muestras de arte abstracto de aquel momento, Santa Cruz se abrió a un concepto que ahora, décadas después, mueve constantemente a cientos de millones de personas que peregrinan a ciudades reconvertidas en museos o exposiciones al aire libre, espacios urbanos en los que el arte ha multiplicado su presencia, protagonismo y magnetismo, ciudades-museo, ciudades-experiencia, ciudades que han renacido definiéndose a partir de otras prioridades, de una urgente (y exitosa, normalmente) lectura de lo que pueden ofrecer a las retinas o emociones del resto del planeta. Casi cincuenta años después, el alcalde de Santa Cruz, José Manuel Bermúdez, ha sorprendido con una iniciativa a la altura del espíritu que hizo posible la exposición de 1973, dando un paso que encaja en aquella actitud emprendedora. Junto a París o Filadelfia, Santa Cruz será una de las tres ciudades del mundo en acoger una sede dedicada a la obra de Rodin, una excelente idea que se verá mejorada con la rehabilitación del Viera y Clavijo (en la que está trabajando uno de los mejores arquitectos contemporáneos, Fernando Martín) y con la saludable intención de que el museo y las esculturas en la calle se comporten, muestren y promocionen como un solo cuerpo. A Santa Cruz no le basta con sentirse orgullosa de serlo, debe rentabilizar lo que puede ofrecer, captar turistas que gasten más y ocupen menos, dejarse ver en los mapas más allá del carnaval, diversificar, crear economía, generar otros empleos, dejar que la cultura sea el motor que tantas capitales tienen a pleno rendimiento. La ciudad está de enhorabuena. El futuro se construye con atrevimiento e imaginación, sacudiéndonos complejos, recuperando el espíritu y la vocación que inspiró la exposición de esculturas en la calle de 1973.

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