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Sorteando peligros

Mi tía Minita Carmona, que era muy fina y profesora de inglés, al tiempo que me daba, con éxito desigual, clases de ese idioma me ilustraba sobre los principios de la urbanidad. “En Dinamarca” -mantuvo un efímero matrimonio con un dinamarqués, que la maltrataba-“los obreros se ponen el smoking y asisten a la ópera y a nadie se le ocurre escupir en la calle”. Dicho entonces, en los sesenta, resultaba raro, pero, fíjense ustedes, para mí continúa siendo habitual que cuando enfilo la ruta del supermercado, es decir mi única ruta, tenga que ir sorteando lapos, diluidas potas de fin de semana y más modernamente mascarillas abandonadas a su suerte. Y entonces me acuerdo de mi tía Minita, que tenía un precioso biombo chino en su casa, con un gallo bordado que le daba al rey del gallinero una indiscutible apariencia de realidad. La gente de aquí es bastante cochina. En Singapur, como se te ocurra expulsar un chicle al modo piroclasto te ponen una multa de 100 dólares por ser la primera vez y si repites te meten en el talego o te tienen un mes recogiendo desperdicios, vestido con el mono del Chapulín Colorado, en plena calle, previa retirada del pasaporte si eres guiri. No te digo nada si intentas sobornar a un político; entonces te fusilan al amanecer. Aquí te hacen un homenaje, tipo etarras en el País Vasco, a los que jalean por disparar en la nuca al prójimo. Mi tía Minita utilizaba una expresión para advertir que algo no le gustaba: “¡Fiu, darling!”, mirándote fijamente en modo pánico. Nunca supe lo que quería decir eso de ¡fiu!; lo del darling sí, que era el único inglés que sabía Antonio Alcántara, el de Cuéntame. Este pueblo mantiene tradiciones bárbaras. Tenía razón mi tía Minita Carmona, a quien Dios haya acogido en su gloria.

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