Me consta el esfuerzo, y sé -aunque solo en parte, seguramente- que la organización de un maratón requiere trabajar duro; qué decir cuando la ciudad complica, y de qué manera, el desafío. Santa Cruz, por ejemplo. Mi ciudad no está hecha para acoger una carrera de cuarenta y dos kilómetros, lo suyo, lo nuestro, el maridaje de la ciudad con el maratón es la historia de un amor imposible. Y no es por culpa de los promotores. A quienes se han empeñado en que Santa Cruz tenga su maratón debe reconocérseles mérito, perseverancia y, más allá del margen de beneficio, algo de romanticismo. Claro que, sin subestimar el intento, querer no es poder. En infinidad de ocasiones me han preguntado por qué nunca corro el maratón de Santa Cruz. Mi ciudad no es ciudad para maratones, respondo. No es causalidad que la élite no asome por aquí -no es mi caso, sobra decirlo; pero, lo digo igualmente, por si acaso-. El trazado desdibuja el interés, rompe con lo que esperan quienes profesionales o no buscan hacer marca. Y el calor. Correr con termómetros altos no es algo que solo pase aquí, pero no conozco otra sede donde veintiséis de los cuarenta y dos kilómetros se corran sin un solo árbol, un solo edificio, sin sombras regalando algo de aire a los corredores, bajándoles la temperatura corporal, dándoles tregua, permitiendo que refresquen el motor para afrontar el siguiente tramo al sol. Los veintiséis kilómetros que el maratón de Santa Cruz incrusta en piernas, cabeza y pulmones, en un viaje doble y demoledor hacia San Andrés, son una heroicidad que respeto pero no comparto, ni experimentaré. He corrido diez maratones, hablo con la humildad del cajón tres o cuatro, pero también con la experiencia de un adicto que algo habrá aprendido. Y sí, normalmente las carreras abandonan el centro de las ciudades, suman kilómetros en los alrededores y vuelven al casco histórico, ocho, diez o doce kilómetros lejos del callejero principal, pero jamás sin sombras, jardines, parques o ríos intermitentes. Sinceramente, creo que Santa Cruz debe olvidarse del maratón y centrarse en impulsar una media maratón atractiva, potente, bien gestionada en las redes, apetecible para profesionales y aficionados, con otro trazado y otro mes (antes del cambio de hora), con valores añadidos que permitan venderla en España y Europa como una opción interesante, un buen plan que, si se hace bien, llene hoteles, tiendas y restaurantes. Cabe felicitar a los organizadores por intentarlo, pero sintiéndolo mucho mi ciudad no es ciudad para maratones.