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Dulce Navidad

Para alegrarnos las Navidades, el volcán de Cumbre Vieja no se apaga; ha nacido una nueva cepa del coronavirus en Sudáfrica, que amenaza con extenderse por Europa; y las bolsas, fruto de esto último, se desploman en todo el mundo

Para alegrarnos las Navidades, el volcán de Cumbre Vieja no se apaga; ha nacido una nueva cepa del coronavirus en Sudáfrica, que amenaza con extenderse por Europa; y las bolsas, fruto de esto último, se desploman en todo el mundo, aturdidas por el pesimismo. Ya estamos otra vez en el ojo del huracán, primero por un fenómeno natural, luego por un virus de laboratorio y finalmente por sus consecuencias económicas. Ahora se producirá otra crisis mundial y se agudizará el desabastecimiento que ya sufríamos y que es la cuarta pata de la mesa del desastre. No sé, pero me parece que el Black Friday ha sido un fraude y que algunas tiendas han sacado todo lo viejo carrucho que tenían en sus depósitos y lo han vendido a los precios de hace diez años, pero a fuerza de colocarnos chatarra. Al fin y al cabo, vivimos del engaño. Creí que Telefónica ofrecía tabletas, televisores, consolas y móviles a quienes tengan suscrito o suscriban su sistema Fusión. Llamo al 1004, una chica sudamericana me dice que me telefoneará una empresa de logística para entregarme la puta tableta; y siete días después, a la vista de mi reclamación, otra me da la mala noticia de que yo no tengo derecho a la cosa. ¿Pero cómo que no tengo derecho si pago todos los meses más de 160 euros por mi Fusión? Pues no, he seguido la ruta de un anuncio engañoso. Reclamo otra vez y no me hacen puto caso. Ni la máquina, ni la sudamericana. Telefónica también ha hecho mi pre-Navidad más dulce. Porque me la había prometido muy feliz con mi tableta. Para colmo, llamo a Julio Luis Pérez, que de vez en cuando le lleva cosas a esta compañía, y me dice que se va a Estambul, que tengo razón pero que no le dé el coñazo con reclamaciones. Y así termina mi noviembre. El día 30 es mi santo. Da igual, nadie me regalará un carajo.

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