Hoy vuelo a La Palma. Otra vez en la isla, como hace cincuenta años. No es que en cincuenta años no haya regresado a La Palma, pero no crean que muchas veces. Para mí es una isla entrañable, sobre todo porque cubrí la información de la erupción del Teneguía. Fue mi primer trabajo periodístico, o al menos uno de los primeros de importancia, porque yo entré a trabajar en el periódico vespertino La Tarde en 1970. Esto quiere decir que llevo en la profesión 51 años. A veces pienso que he tirado mi vida por la borda, porque me hubiera podido hacer rico en cualquier otra. Pero es tarde para lamentos. La primera vez que visité la Isla Bonita fue con mi padre, un hermano y un primo y toda la plantilla del C.D. Puerto Cruz, que disputó dos partidos, uno contra el Mensajero y otro contra el Argual. Recuerdo que mi padre alquiló una pequeña guagua con chófer para nosotros y que recorrimos la isla, compramos rapaduras y aquel fue todo un acontecimiento. Otra vez me llamó el Cabildo de La Palma, hace muchos años, sabiendo que yo coleccionaba mapas antiguos de Tenerife, para que valorara unos ejemplares que vendía a la institución un extranjero residente en la isla. Hicieron una buena compra, ignoro dónde estarán aquellos mapas. Tampoco, la verdad, sé dónde fueron a parar los de mi colección, quizá se perdieran en alguna mudanza. En las mudanzas se pierde casi todo y yo me he mudado más veces que Juan Ramón Jiménez, casi siempre huyendo. Ahora vuelvo a La Palma, la isla que tan bien cantó Ezequiel Perdigón. Con la canción Isla Mía, en cuatro versos, Ezequiel retrató todo el sentimiento del palmero de la diáspora. Y hoy, cuando la isla arde, yo vuelvo a ella, siguiendo el mandato de la melodía, aunque no sea palmero.